- La no élite no estaba unida por intereses de clase: en los testimonios supervivientes apenas es posible vislumbrar indicios de una conciencia de clase, si es que puede advertirse alguno. La mayoría de la no élite veía a sus prójimos no como camaradas sino como rivales en la dura lucha por unos recursos escasos. En el mundo romano no tener nada era no ser nada. La suya era una cultura en la que el pueblo se esforzaba por mirar a sus congéneres con el mismo desdén y menosprecio que la élite los miraba a ellos. En su mayoría, estas eran personas que estaban demasiado ocupadas intentando progresar, o luchando por mantener lo poco que tenían, para preocuparse de si había algo fundamental que estuviera mal en el sistema. No una clase, pero sí una cultura. Un mosaico de subculturas populares unidas por intereses similares que afrontaban los mismos problemas cotidianos para ganarse el sustento y estaban provistas de las mismas formas, avaladas por la experiencia, de hacer las cosas en un mundo duro y jerárquico gobernado por la élite y para la élite. La cultura del pueblo era mucho más que una colección de artistas circenses y canciones del teatro medio recordadas. La cultura del pueblo era lo que permitía al pueblo sobrevivir.
- La sociedad romana no puede verse sencillamente como una cultura caracterizada por el consenso social, pues eso supone negar sus aspectos conflictivos. Las brechas de riqueza cada vez más y más vastas creadas por la adquisición del Imperio hicieron que los contrastes sociales fueran muy marcados. El contacto directo, personal, entre la élite y la mayoría del populacho era escaso, en particular en la ciudad de Roma, cuyo tamaño colosal había acabado con la tradicional mecánica social de las interacciones cara a cara. Por una simple cuestión de aritmética, la mayoría de quienes formaban la no élite no participaba en la red de patrones y clientes. La ciudad estaba repleta de esclavos (constituían quizás una tercera parte de la población) y no sería prudente dar por sentado que estaban contentos con su suerte. Herodiano culpTener un oficio era vital para asegurarse una renta constante que pudiera proporcionar un sustento, lo que a su vez era un paso fundamental para forjarse una identidad y ganar estatus dentro de la comunidad. Un oficio representaba una especie de «paideia de los pobres», lo que antes hemos llamado su ámbito de especialidad: la pericia práctica y la experiencia acumulada transmitida de generación en generación. Mientras que un peón siempre estaría sometido al capricho del capataz y los proyectos de construcción, el artesano reducía en gran medida la volatilidad de su renta especializándose en una actividad con un nicho definido. La gente siempre necesitaría alfareros y tejedores y panaderos. Pero incluso esta clase de oficios «les proporcionaban poco, y con mucho esfuerzo difícilmente podían darles lo imprescindible» para vivir. Y, una vez adquirida una especialidad, era importante ceñirse a ella: un carnicero no debía intentar convertirse en flautista, pues podía terminar siendo devorado con vida como un cangrejo en tierra firme.a de la intensidad de la violencia urbana en Roma al crisol resultante de la inmigración masiva. Fuera de la capital, sabemos que al menos algunos de los oprimidos detestaban con pasión a sus opresores imperiales. En todas partes, las personas vivían en una estructura de poder que repartía de forma ininterrumpida tratamientos degradantes. Semejantes humillaciones nunca pasaban desapercibidas. Todo lo contrario: herían.
- Todas estas personas se enfrentaban diariamente a la realidad de una sociedad estratificada en exceso en la que el poder estaba concentrado con firmeza en la cima. Las discusiones sobre el significado exacto de términos latinos como populus, plebs, turba, multitudo o vulgus corren el riesgo de errar el blanco. Difícilmente resulta sorprendente que la élite fuera incapaz de expresarse conr mayor claridad al hablar de la no élite, cuando, hablando en plata, esta le importaba un bledo. Por tanto, para ser claros, este no es un libro acerca del limitado papel o función de la plebe romana en el mundo, básicamente dominado por la élite, de la política romana, un enfoque con el que se corre el riesgo de sugerir que el pueblo solo importaba en la medida en que existía como un apéndice del poder. La sociedad romana era una sociedad compTener un oficio era vital para asegurarse una renta constante que pudiera proporcionar un sustento, lo que a su vez era un paso fundamental para forjarse una identidad y ganar estatus dentro de la comunidad. Un oficio representaba una especie de «paideia de los pobres», lo que antes hemos llamado su ámbito de especialidad: la pericia práctica y la experiencia acumulada transmitida de generación en generación. Mientras que un peón siempre estaría sometido al capricho del capataz y los proyectos de construcción, el artesano reducía en gran medida la volatilidad de su renta especializándose en una actividad con un nicho definido. La gente siempre necesitaría alfareros y tejedores y panaderos. Pero incluso esta clase de oficios «les proporcionaban poco, y con mucho esfuerzo difícilmente podían darles lo imprescindible» para vivir. Y, una vez adquirida una especialidad, era importante ceñirse a ella: un carnicero no debía intentar convertirse en flautista, pues podía terminar siendo devorado con vida como un cangrejo en tierra firme.leja y, por tanto, exige un modelo más complejo de las relaciones sociales. Es por esta razón por la que el término «cultura del pueblo» es tan útil: reconoce la pluralidad de la cultura romana y la diferencia, división y rivalidad entre la no élite y la élite. Existían diferencias reales entre muchos de los valores, creencias y comportamientos de una y otra. La no élite estaba formada por diversos grupos sociales que se distinguían con claridad de los grupos económica, política y culturalmente poderosos de la sociedad. Dado que existía la posibilidad de que estos grupos pudieran unirse, representaban una amenaza potente para la élite, una que era necesario observar con cuidado, vigilar y, donde fuera factible, reformar.
- La sociedad romana era una sociedad compleja y, por tanto, exige un modelo más complejo de las relaciones sociales. Es por esta razón por la que el término «cultura del pueblo» es tan útil: reconoce la pluralidad de la cultura romana y la diferencia, división y rivalidad entre la no élite y la élite. Existían diferencias reales entre muchos de los valores, creencias y comportamientos de una y otra. La no élite estaba formada por diversos grupos sociales que se distinguían con claridad de los grupos económica, política y culturalmente poderosos de la sociedad. Dado que existía la posibilidad de que estos grupos pudieran unirse, representaban una amenaza potente para la élite, una que era necesario observar con cuidado, vigilar y, donde fuera factible, reformar.
- Uno de los temas de este libro es que las dos tradiciones eran interdependientes y con frecuencia se afectaban mutuamente. La influencia cultural se daba en ambos sentidos y sirvió para crear nuevas tradiciones. La cultura no era sencillamente algo que goteaba desde lo alto y que el pueblo recibía agradeciendo la oportunidad de tener algo que imitar.
Asimismo, el pueblo tampoco era un simple consumidor pasivo de la cultura romana, al estilo del «pan y circo».
Concebir al pueblo como una entidad apática y apolítica era algo que convenía a la élite porque le ayudaba a justificar su férreo control del ejercicio del poder. En lugar de ello, el pueblo interpretaba de manera activa las imágenes culturales que la élite gobernante le ponía delante. En algunos casos,Tener un oficio era vital para asegurarse una renta constante que pudiera proporcionar un sustento, lo que a su vez era un paso fundamental para forjarse una identidad y ganar estatus dentro de la comunidad. Un oficio representaba una especie de «paideia de los pobres», lo que antes hemos llamado su ámbito de especialidad: la pericia práctica y la experiencia acumulada transmitida de generación en generación. Mientras que un peón siempre estaría sometido al capricho del capataz y los proyectos de construcción, el artesano reducía en gran medida la volatilidad de su renta especializándose en una actividad con un nicho definido. La gente siempre necesitaría alfareros y tejedores y panaderos. Pero incluso esta clase de oficios «les proporcionaban poco, y con mucho esfuerzo difícilmente podían darles lo imprescindible» para vivir. Y, una vez adquirida una especialidad, era importante ceñirse a ella: un carnicero no debía intentar convertirse en flautista, pues podía terminar siendo devorado con vida como un cangrejo en tierra firme. las aceptó sin más. En otros, buscó reinterpretar esos símbolos de una forma que remedaba con claridad el proceder de la élite, pero para fines propios de la no élite, como la organización de sus asociaciones. En otros más, como en la literatura apocalíptica, subvirtió esas imágenes para crear un mensaje que contradecía por completo el significado y propósito originales. La no élite no puede verse sencillamente como un receptáculo para los valores que sus superiores sociales se dignaban ofrecerle. La cultura del pueblo era mucho más creativa. El pueblo siempre fue capaz de adoptar, adaptar y rechazar según su conveniencia. - El popular era un mundo en el que abundaba la inseguridad física y, por ende, el sufrimiento fisiológico y psicológico. El miedo era omnipresente y lo causaban por igual entidades reales (animales salvajes, enfermedades, ladrones, bandidos, autoridades) e imaginarias (demonios, sueños premonitorios, portentos). El pueblo adquirió por sí mismo un conjunto de medios creativos, si bien en ocasiones contradictorios, para mantenerse con vida en ese entorno lleno de amenazas y peligros. Prácticas mutuamente excluyentes coexistían en la visión de mundo de la no élite, pero esas contradicciones ocasionales resultaban útiles porque ayudaban a la gente a adaptarse a unas circunstancias cambiantes y le proporcionaban un abanico de opciones entre las cuales elegir de acuerdo con las exigencias de la situación particular.
- La paradoja de Easterlin señala que en los niveles de renta bajos la felicidad aumenta de forma rápida solo con que se produzcan pequeños incrementos en la renta, pero no más allá. Las aspiraciones de las personas aumentan con sus ingresos y, después de que han satisfecho sus necesidades básicas, la mayoría solo se siente satisfecha si se encuentra en una mejor situación en relación a otros. Los ricos, al parecer, son como perros dedicados a perseguir la cola de su propia felicidad y únicamente están contentos cuando son más ricos que su vecino. Roma era un mundo en el que incluso pequeños cambios en la renta o la suerte podían tener un impacto considerable en la calidad de vida del individuo medio. Asimismo, es posible que esos cambios tuvieran efectos concomitantes significativos sobre su posición relativa dentro de la comunidad, lo que probablemente habría tenido un impacto adicional sobre su calidad de vida. Por tanto, como es natural, el romano medio se concentraba en hacer todo lo que estuviera a su alcance para garantizar la obtención de esos pequeños incrementos de renta que aumentarían su estatus, y evitar al mismo tiempo esos golpes desgarradores con que podía perderlo.
- La élite caricaturizaba a los pobres como gente robsesionada con cuestiones cotidianas como el pan y el circo. Con todo, lo cierto es que algunos pobres quizás abrigaban también ambiciones dinásticas de largo plazo, como puede apreciarse en algunas tumbas de libertos que señalaban su éxito para la posteridad. Sin embargo, para la mayoría de las clases bajas, pensar a largo plazo era un lujo que difícilmente podía permitirse. Problemas más acuciantes y directos los embargaban: encontrar dinero para el alquiler, que en ocasiones había que pagar cada día; comprar el pan diario; conseguir trabajo. En tiempos difíciles esto podía requerir medihttps://badalnovas.com/das drásticas: dar menos comida a las mujeres o los niños débiles para mantener fuerte al varón encargado de ganar el sustento; descender en la cadena alimenticia para comer las bellotas que por lo general se usaban para alimentar a los cerdos, así como otros cultivos que normalmente no se consideraban apropiados para el consumo humano; y en algunas circunstancias vender uno o más hijos como esclavos o, peor aún, a una banda de mendigos que los mutilarían torciendo sus miembros y cortando sus lenguas con el fin de aumentar su capacidad para mendigar.
- Si la unidad familiar estaba intacta, tener una renta cada vez más alta, preferiblemente si procedía de fuentes diferentes, aumentaba su seguridad. Los miembros más jóvenes de las familias de la no élite, insisto, desempeñaban una importante función. El orador y escritor Luciano, que provenía de una familia modesta, cuenta que a los trece años de edad le enviaron a trabajar como aprendiz de un escultor: «al cabo de no mucho le alegraría la cara a mi padre aportando lo que fuera ganando». Los trece años probablemente eran una edad tardía para empezar a tener un trabajo productivo, lo que acaso refleja que la familia de Luciano procedía de un entorno más acomodado. La edad más común a la que los hijos de la no élite empezaban a trabajar era entre los cinco y los diez años.
- Tener un oficio era vital para asegurarse una renta constante que pudiera proporcionar un sustento, lo que a su vez era un paso fundamental para forjarse una identidad y ganar estatus dentro de la comunidad. Un oficio representaba una especie de «paideia de los pobres», lo que antes hemos llamado su ámbito de especialidad: la pericia práctica y la experiencia acumulada transmitida de generación en generación. Mientras que un peón siempre estaría sometido al capricho del capataz y los proyectos de construcción, el artesano reducía en gran medida la volatilidad de su renta especializándose en una actividad con un nicho definido. La gente siempre necesitaría alfareros y tejedores y panaderos. Pero incluso esta clase de oficios «les proporcionaban poco, y con mucho esfuerzo difícilmente podían darles lo imprescindible» para vivir. Y, una vez adquirida una especialidad, era importante ceñirse a ella: un carnicero no debía intentar convertirse en flautista, pues podía terminar siendo devorado con vida como un cangrejo en tierra firme.
- Una inscripción funeraria de Panonia nos da alguna idea de cómo era la vida para la mayoría de las mujeres: «Aquí descansa, una mujer llamada Veturia. Mi padre fue Veturio, mi marido Fortunato. Viví veintisiete años, y estuve casada dieciséis años con el mismo hombre. Después de dar a luz a seis hijos, solo uno de los cuales permanece con vida, fallecí. Tito Julio Fortunato, soldado de la Segunda Legión, proveyó este recordatorio para su esposa, que fue incomparable y le demostró una devoción excepcional»[48]. Las mujeres también se dedicaban a la fabricación de bienes para el hogar y prendas de vestir, y a la producción y conservación de la comida, además de tener que limpiar, remendar, lavar y satisfacer los deseos de sus maridos. Asimismo, desempeñaban un papel activo en el mejoramiento del flujo de ingresos doméstico. Treggiari ha estudiado los testimonios sobre el trabajo de las mujeres de las clases bajas y ha encontrado pruebas de su empleo en treinta y cinco ocupaciones diferentes. No obstante, el abanico de trabajos disponibles para las mujeres seguía siendo limitado, algo que salta a la vista cuando se considera que las funciones que podían realizar los hombres ascienden a doscientas veinticinco. Las mujeres encontraban trabajo básicamente en el seCicerón dice que el pueblo odiaba a los prestamistas y a los recaudadores de impuestos 09]. «Hay tantos tiranos como funcionarios locales», se quejaba Salviano. La no élite tenía abundantes razones para sospechar de las autoridades. Lucino, procurador en Galia, insertó dos meses adicionales 60en el calendario para incrementar la recaudación en más de un 16 por 100. Y tampoco era posible confiar en que las autoridades impartieran justicia, como advierte Lucas: «Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo»
- Se consideraba que el hogar era el lugar natural de la mujer, pero esa supuesta «naturalidad» no impedía que los hombres recordaran constantemente ese hecho social a las mujeres y las educaran para asumirlo. La posición subordinada de la mujer implicaba que una de las tareas vitales de cualquier mujer joven, sin duda con ayuda de su madre en caso de que esta estuviera aún viva, era procurarse un marido idóneo, capaz de sufragar sus necesidades. Una tablilla nos presenta a una mujer joven instando a un espíritu divino a traerle el hombre con el que quiere casarse: «tráeselo a Domiciana, lleno de amor, ardiendo de celos y sin poder dormir a causa del amor y la pasión que siente por ella, y hazle que le pida a ella acompañarlo a su casa como su esposa». Perder al hombre que ganaba el sustento familiar era lo peor que podía sucederle a una mujer de la no élite, pues ello la privaba de su seguridad y sus ingresos. La viudez era casi sinónimo de mendicidad.
- La gente tenía que ser práctica. Los beneficios de mantener los ojos puestos en la tierra resultaban patentes en el cuento del astrónomo que por caminar de noche con la cabeza dirigida a las estrellas caía en un pozo. Esta era una cultura del remiendo y el apaño en la que la acumulación de pequeñas acciones, como parchear o zurcir la ropa, podía marcar una diferencia importante en el presupuesto del hogar. Como decía el proverbio, «la pobreza es la hermana de la sensatez». Ante todo, era un mundo en el que la gente tenía que tener buen ojo para sacar provecho. ECicerón dice que el pueblo odiaba a los prestamistas y a los recaudadores de impuestos 09]. «Hay tantos tiranos como funcionarios locales», se quejaba Salviano[. La no élite tenía abundantes razones para sospechar de las autoridades. Lucino, procurador en Galia, insertó dos meses adicionales 60en el calendario para incrementar la recaudación en más de un 16 por 100. Y tampoco era posible confiar en que las autoridades impartieran justicia, como advierte Lucas: «Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo». En este sentido, no resulta sorprendente que en Roma uno de los cultos dedicados a Mercurio, el dios del comercio, el lucro y la movilidad, el dios del éxito económico, tuviera su sede en el Aventino, el distrito plebeyo. Y tampoco que sus estatuillas, en las que aparecía con una bolsa de dinero en la mano, fueran un amuleto común para la buena suerte. La élite miraba con desdén lo que en su opinión era un engaño descarado: comprar algo a un precio para luego vendérselo a otra persona a un precio más elevado
- En caso de impago, los acreedores tenían facultades legales considerables y podían vender todas las posesiones del deudor. Un papiro egipcio del siglo IV relata que un comerciante de vinos había pedido prestada una gran suma de dinero y habiendo sido «llamado a pagarla y no estando en condiciones de satisfacer sus obligaciones, fue obligado por sus acreedores a vender todas sus posesiones, incluidas las mismas prendas que cubrían sus veEn caso de impago, los acreedores tenían facultades legales considerables y podían vender todas las posesiones del deudor. Un papiro egipcio del siglo IV relata que un comerciante de vinos había pedido prestada una gran suma de dinero y habiendo sido «llamado a pagarla y no estando en condiciones de satisfacer sus obligaciones, fue obligado por sus acreedores a vender todas sus posesiones, incluidas las mismas prendas que cubrían sus vergüenzas; pero incluso cuando estas se vendieron, apenas se consiguió juntar la mitad del dinero adeudado a los acreedores, quienes […] se llevaron a todos sus hijos a pesar de que apenas eran niños». No por casualidad dice el proverbio que «al deudor no le gusta el umbral del acreedor». La vida de un deudor se convertía en «un aturdimiento insomne de 46incertidumbre y ansiedad». Una fábula de Esopo cuenta que un murciélago pide prestada cierta cantidad de dinero para embarcarse en un negocio con una zarza y una gaviota, pero cuando su barco naufraga y lo pierden todo el murciélago teme tanto a sus acreedores que «no se muestra durante el día y tiene que salihttps://badalnovas.com/r de noche en busca de su comida». El impago podía además acarrear el castigo divino: los dioses castigaron a una mujer con una enfermedad en su pecho derecho después de que no consiguiera pagar un crédito.
- . Las habladurías no solo reflejan una sociedad envidiosa, sino que revelan una en la que el pueblo mismo asumía la tarea de vigilar las normas de conducta. Los principales opresores del pueblo no eran las autoridades sino el pueblo mismo. El chisme servía para mantener a las personas en su lugar, a raya, ajustándose a lo que se esperaba de ellas. La ley real rara vez irrumpía en las vidas de la no élite, y en gran medida la justicia era un asunto local, que los vecinos resolvían por sus propios medios. Las acusaciones de comportamiento inmoral formaban parte del arsenal de sanciones que era posible emplear para obligar a la gente a obedecer las reglas no escritas de la conducta local. Grafitosas
habladurías no solo reflejan una sociedad envidiosa, sino que revelan una en la que el pueblo mismo asumía la tarea de vigilar las normas de conducta. Los principales opresores del pueblo no eran las autoridades sino el pueblo mismo. El chisme servía para mantener a las personas en su lugar, a raya, ajustándose a lo que se esperaba de ellas. La ley real rara vez irrumpía en las vidas de la no élite, y en gran medida la justicia era un asunto local, que los vecinos resolvían por sus propios medios. Las acusaciones de comportamiento inmoral formaban parte del arsenal de sanciones que era posible emplear para obligar a la gente a obedecer las reglas no escritas de la conducta local. Grafitos como «Ampliato Pedania es un ladrón», «Atimeto me preñó» y «Restituto ha engañado a muchas chicas muchas veces», servían como guiones para la reprobación pública, independientemente de que el blanco de sus ataques pudiera leerlos o no. Consultar a un mago era una forma de hacer saber que las acciones de otra persona habían creado tensiones sociales en la comunidad. Y, cuando todo lo demás fallaba, el recurso último de la justicia popular era el apedreamiento como «Ampliato Pedania es un ladrón», «Atimeto me preñó» y «Restituto ha engañado a muchas chicas muchas veces», servían como guiones para la reprobación pública, independientemente de que el blanco de sus ataques pudiera leerlos o no. Consultar a un mago era una forma de hacer saber que las acciones de otra persona habían creado tensiones sociales en la comunidad. Y, cuando todo lo demás fallaba, el recurso último de la justicia popular era el apedreamiento[ - . Cicerón dice que el pueblo odiaba a los prestamistas y a los recaudadores de impuestos. «Hay tantos tiranos como funcionarios locales», se quejaba Salviano[110]. La no élite tenía abundantes razones para sospechar de las autoridades. Lucino, procurador en Galia, insertó dos meses adicionales 60en el calendario para incrementar la recaudación en más de un 16 por 100. Y tampoco era posible confiar en que las autoridades impartieran justicia, como advierte Lucas: «Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».
- . Las mujeres tenían que cuidarse de lo que decían y adaptar sus expresiones verbales según el estado de ánimo del hombre con el que estaban hablando. En otras culturas es común que «los miembros de los grupos dominados o los estratos más bajos manifiesten deferencia hacia los miembros dominantes trastabillando […] y usando un lenguaje lerdo y bufonesco»[118]. Estas demostraciones de humildad servil formaban parte de la postura que la no élite tenía que adoptar en presencia de los superiores. Necesitaba demostrar que conocía su lugar porque eso era lo que la élite esperaba de ella. Esa era la conducta normal de quienes ocupaban una posición inferior en la escala social. Al mantener contenta a la élite, la no élite tenía muchísimas más oportunidadLa vida de la no élite exigía un alto precio al cuerpo. El análisis de esqueletos de individuos de estatus bajo en la Tarraco romana (hoy Tarragona) indica «una elevada tasa de mortalidad infantil, que la mayoría de estos individuos “modestos” estaban dedicados a actividades físicas extenuantes y que pocos llegaron a la vejez»[26]. Eran los «pobres desdichados, sus cuerpos lastrados con el esfuerzo cotidiano», que predijo Fírmico Materno[27]. Lo que caracterizaba los cuerpos de la élite era, en cambio, que no tenían que realizar trabajos manuales. El hambre, las crisis alimentarias, la malnutrición episódica y la desnutrición endémica intensificaban el estrés físico de la no élite. Todo esto tenía como efecto el debilitamiento de la capacidad ya precaria de los individuos para lidiar con los estresantes psicológicos. El hambre misma tiene efectos psicológicos, pues produce depresiones, mareos, irritabilidad y cambios de ánimo. La comorbilidad implica que hemos de esperar encontrar una mala salud mental allí donde encontramos una mala salud física y viceversa: incluso el obispo Sinesio de Cirene se quejaba de que «la debilidad corporal ha seguido al sufrimiento mental. El recuerdo de mis hijos difuntos consume mis fuerzas poco a poes de sacar provecho de la interacción. A fin de cuentas, los ricos eran los ganadores en la sociedad romana y era importante estar alineado con ellos. Sin embargo, el hecho de que la no élite adoptara semejante 62postura en público no significa que debamos creer que esta representaba lo que de verdad sentía. Así como los patrones cuidaban de sus clientes solo en la medida en que ello les reportaba el beneficio social de un mayor estatus, la preocupación del pueblo por la élite se limitaba a los beneficios materiales que pudieran extraerse de la relación.
- . La competencia y las jerarquías hacían que la necesidad de ser hipócrita fuera dominante en la sociedad romana. Después de la muerte de Augusto, «cuanto más respetable era la persona, más engañosa y astuta era. La gente acomodaba sus expresiones para no parecer demasiado contenta con su muerte o demasiado molesta con el nuevo comienzo, y combinaba el llanto con la alegría, los lamentos con la adulación». Si una persona perdía su estatus dejaba de ser alguien al que valiera la pena conocer: «Ahora que me he convertido en pobre por esta causa, ni siquiera soy ya reconocido por ellos, ni aun me dirigen la mirada quienes hasta este momento temblaban de respeto ante mí, se prosternaban y permanecían pendientes de una señal mía». El hecho de que heredar constituyera la ruta más fácil para hacer fortuna en la sociedad romana, sumado al hecho de que era una posibilidad siempre abierta debido a la elevada tasa de mortalidad, convirtió la caza de herencias en un foco de engaños y fraudes. Artemidoro interpreta un sueño en que un hombre come sus propios excrementos sobre un trozo de pan como el anuncio de que recibirá una herencia por medios ilegales, pero que no estará libre de sospechas y continuará siendo muy desgraciado. Debemos recordar que en el juego de la caza de herencia había también beneficios para quienes testaban: la posibilidad de convertirse en sus herederos mantenía a la gente correteando tras ellos para atender sus necesidades.
- . Este era un truco que la no élite siempre estaba dispuesta a emplear: intentar transformar dádivas discrecionales en derechos permanentes. La élite, en cambio, siempre buscaba
hacer hincapié en la naturaleza discrecional de sus donativos tanto para maximizar su control como para potenciar su imagen de generosidad. 64En el otro extremo de la escala social, los mendigos utilizaban la misma táctica para intentar procurarse limosnas. Apelaban a un sentido común de la piedad para animar a la gente a darles unas cuantas monedas de cobre. La piedad, en este sentido, puede considerarse como una «especie de seguro contra un futuro incierto». Hacía que la gente pensara en lo que le ocurriría en semejante situación, algo que no era tan inimaginable en vista de la vulnerabilidad económica de gran parte de la población. La élite no era estúpida. Conocía el juego al que jugaba
el pueblo. Séneca advertía que el hombre sabio «no se sentirá satisfecho si lo reverencia un mendigo». Pero desde el punto de vista de la élite, ser adulada y tratada con deferencia era un marca de estatus. Como dice Artemidoro, la adulación es buena para aquellos «acostumbrados a adular, pero indica humillación para otros hombres». Es evidente que la no élite no disfrutaba haciendo la pelota a los ricos. Eso era algo que tenía que hacer porque podía marcar una diferencia material en sus vidas.
- . El pueblo demostró que esperaba que sus gobernantes resolvieran sus problemas. En parte, esto era producto de la creencia general en que, para empezar, era la élite la que tenía la culpa de las crisis alimentarias. Por lo general se creía que los intermediarios de la élite eran quienes causaban la escasez y acaparaban provisiones para subir los precios. Durante una escasez de comida en Antioquía, el grito en el teatro fue: «Nada es escaso, pero nada es barato». La respuesta del emperador Juliano fue decir a la élite de la ciudad que tenía que «renunciar a los beneficios injustos y beneficiar a los ciudadanos». En un famoso artículo, Thompson argumentó que era posible discernir un fuerte sentido moral popular en las protestas de este tipo. La gente creía que había un precio justo para el pan y tenía una clara idea de que las autoridades estaban obligadas a vigilar el mercado de manera que este funcionara de forma justa.
- El problema para la mayoría de las personas era que librarse de la pobreza era casi una misión imposible: «es viscosa y fácil de coger, y tiene infinidad de ganchos que le surgen por todo el cuerpo, de tal modo que, si alguien se acerca, quede al punto sujeto y no pueda liberarse fácilmente». La gente tenía que recurrir a trucos más astutos para garantizar su supervivencia, ya fuera manipulando a los ricos para conseguir que mantuvieran sus donativos o chismeando acerca de los vecinos para mantenerlos en su lugar. En el yugo interminable que era la existencia cotidiana ser creativo se convertía en una necesidad. Esta era una sociedad en la que la noción de «bien limitado» parece haber sido operativa, y existía la percepción de que quienes prosperaban lo hacían a costa de otros. Semejante perspectiva garantizaba la adopción de tácticas para «empobrecer al vecino» más agresivas. El mutualismo existía quizás en mucha menor medida de lo que acaso esperábamos, o deseábamos, encontrar.
- Un romano medio podía esperar ver morir en el curso de su vida a un par de hermanos, uno de sus padres, o ambos, varios tíos y tías, así como a numerosos primos y amigos. Esto no solo lo sometía a experiencias de estrés agudo frecuentes, sino que además le privaba de muchas de las redes de respaldo familiar que de otro modo habrían podido funcionar como amortiguadores. No debemos asumir que por el solo hecho de ser más frecuente entonces que hoy, la muerte afectaba menos a los romanos, aunque es muy posible que hubieran desarrollado mejores mecanismos para lidiar con ella y aliviar el estrés que causaba. En el caso de las mujeres, uno de esos mecanismos acaso haya sido el de limitar el vínculo emocional con los niños hasta que hubieran superado el primer mes de vida, una etapa crítica en la que los bebés eran particularmente vulnerables a las enfermedades y las infecciones, o hasta confirmar que sus maridos habían decidido que los conservarían en lugar de exponerlos. Esta es una estrategia que, según halló Scheper-Hughes, se empleaba en los barrios bajos de Brasil, donde funcionaba una especie de ética de bote salvavidas. Es posible que a esto se aludiera en una opinión jurídica en la que se declara que «los niños mayores de seis años pueden llorarse durante un año, los niños menores de seis durante un mes»[. Había al menos una expectativa social de que la gente no debía llorar a los niños pequeños en la edad de mayor riesgo de la misma forma en que se lloraba a los niños mayores. La existencia de la exposición y el infanticidio como tácticas de uso habitual quizás sea también un reflejo de un distanciamiento emocional de los niñ
- Acaso hay más estrés en el mundo, y tipos de estrés más variados, y ello se ha traducido en nuevas formas de trastorno mental. Pero también hay cierto sentido gremial: hoy existe un cuerpo de profesionales con un interés creado en legitimar su estatus, y ello puede conducir a la sobremedicalización. En la actualidad es posible analizar como trastorno mental todas las excentricidades del comportamiento. En mi caso, creo padecer de un «trastorno de la expresión escrita» (mala caligrafía), y la mayoría de los niños que he conocido podrían ser etiquetados como casos del «trastorno de la conducta negativista y desafiante», que abarca los actos desafiantes de los niños como los berrinches o el ponerse fastidiosos, enfadados o rencorosos. Cuando el Titanic se hundió en las gélidas aguas de las costas de Terranova, las dos mil doscientas personas que iban a bordo o bien murieron por hipotermia o permanecieron sentadas a salvo en los botes salvavidas. Casi el 70 por 100 de los pasajeros murió. La ética del «mujeres y niños, primero» hizo que, proporcionalmente, más mujeres sobrevivieran. Sin embargo, mientras el 45 por 100 de las pasajeras de tercera clase murió, en la segunda clase solo lo hizo el 16 por 100 y en la primera clase apenas un 3 por 100 Esto es una demostración de que el estatus social y económico con frecuencia tiene implicaciones significativas para el bienestar personal. En casi todas las sociedades se ha hallado una correlación positiva entre riqueza y salud física
- Tanto la vida rural como la vida urbana tenían un impacto psicológico sobre la no élite. La ciudad dejaba a la gente expuesta al crimen y la vida en condiciones de hacinamiento, si bien ofrecía una compensación en términos de más variedad de empleos y mayores oportunidades de trabajo. Un testimonio menciona una habitación en la que vivían dieciséis personas[36]. El hacinamiento puede considerarse tanto una experiencia subjetiva como bjetiva. Los romanos pertenecientes a la no élite muy probablemente tenían menores expectativas en lo referente al espacio y la privacidad, de modo que acaso se sentían menos afectados por vivir en hogares con una alta densidad de cupantes. Las investigaciones modernas sugieren que tanto el hacinamiento subjetivo como el objetivo tienen una estrecha correlación con una mala salud mental, principalmente debido a la escasa calidad de las relaciones y el pobre cuidado infantil que fomentan tales condiciones de vida. Además, quienes carecen de espacio tienden a carecer de todo lo demás. Por tanto, esta era gente con muy pocos recursos de los cuales echar mano en caso de situaciones de estrés agudo. Por su parte, la vida en las zonas rurales tiende a hacer que la gente se sienta aislada y estancada en una existencia rutinaria, pero le proporcionaba un mejor apoyo en forma de un grupo social más integrado. Con todo, estas sociedades conservadoras pueden ser sofocantes. Roma tenía también un elevado número de migrantes por razones económicas. Los inmigrantes tienden a tener peor salud mental debido a la debilidad de sus redes de apoyo social, las experiencias traumáticas de la migración o las que fueron su causa (como, por ejemplo, el desalojo forzoso), las ocupaciones de bajo estatus que realizan, los problemas de integración en su nuevo hogar y los problemas derivados de la nostalgia que les produce el lugar que dejaron atrás.
- La mortalidad infantil estaba alrededor de las trescientas defunciones por cada mil nacimientos en el primer año de vida. En la actualidad, la mortalidad infantil en Occidente es de menos de diez defunciones por cada mil nacimientos. Una de las consecuencias de una tasa de mortalidad tan elevada es que impone una presión social enorme sobre las mujeres para que tengan hijos. Estadísticamente, cada mujer debía parir cinco o seis hijos vivos para que la población se mantuviera estable. Es probable que los riesgos asociados con el parto en una era en que la ayuda médica era muy limitada redujeran la expectativa de vida de las mujeres significativamente por debajo de la de los hombres. Aparte del estrés físico que produce ésa frecuencia de embarazos y partos, las mujeres también se enfrentaban al dolor emocional que suponía la pérdida de la mitad de sus hijos en los primeros años de vida. El que fueran los maridos los que decidían exponer a los recién nacidos no debía de reportar ningún beneficio psicológico, incluso si la exposición no era necesariamente tan estresante como podríamos imaginar hoy. La necesidad de conseguir que las chicas se reprodujeran con rapidez hacía que la edad media a la que se casaban fuera baja, probablemente a mediados de la adolescencia, a menudo con hombres significativamente mayores. Y hay que tener en cuenta la presión que conlleva ser una esposa joven en un hogar extraño. Una novia fue devorada por el perro guardián de la casa de su marido mientras intentaba huir durante la noche de bodas «temiendo la primera unión amorosa», un terror «común a todas las doncellas». Otra fue desflorada de forma tan brusca por su joven y excitado marido que este se ganó su «odio medroso que sigue a la coacción desnaturalizada». De hecho, a ambos sexos se los sometía a una elevada presión para que se casaran. El matrimonio era prácticamente universal y se lo consideraba algo necesario para convertirse en un miembro pleno de la sociedad.La mortalidad infantil estaba alrededor de las trescientas defunciones por cada mil nacimientos en el primer año de vida. En la actualidad, la mortalidad infantil en Occidente es de menos de diez defunciones por cada mil nacimientos. Una de las consecuencias de una tasa de mortalidad tan elevada es que impone una presión social enorme sobre las mujeres para que tengan hijos. Estadísticamente, cada mujer debía parir cinco o seis hijos vivos para que la población se
mantuviera estable. Es probable que los riesgos asociados Séneca cuenta de una madre que se compadece de un mendigo al preguntarse si podría ser el hijLa mortalidad infantil estaba alrededor de las trescientas defunciones por cada mil nacimientos en el primer año de vida. En la actualidad, la mortalidad infantil en Occidente es de menos de diez defunciones por cada mil nacimientos. - A las esposas se las presionaba para que fueran castas y obedientes: «Si un hombre sueña ue tiene una relación sexual con su esposa y que ella se entrega de buen grado, de forma sumisa y sin rechazar la unión, es bueno para todos por igual»[61]. Se esperaba además que reprimieran sus verdaderos sentimientos: «Una esposa no debe tener emociones propias sino que debe compartir la seriedad, la alegría y la melancolía de su marido»[62]. De forma similar, Agustín relata que su madre «servía a su marido como si fuera su amo […] Incluso soportaba sus infidelidades sexuales con tanta paciencia que nunca llegó siquiera a reñirle por este otivo»[63]. Esto reflejaba el peso del trabajo emocional que la sociedad romana imponía a sus mujeres, como una extensión en apariencia natural de la división 125tradicional del trabajo[64]. Se esperaba que las mujeres gestionaran sus sentimientos para producir una exhibición pública apropiada. Esto requería en unas ocasiones mostrar deferencia; en otras, estallidos de emoción vigorosos. El obispo Sinesio relata que cuando veían atacar al enemigo, las mujeres reaccionaban chillando, golpeándose el pecho y arrancándose el pelo[6••••••••••••5]. La pena, en articular, se consideraba una tarea femenina. Los códigos del dolor asignaban a las mujeres largos períodos de duelo ritual, que se prolongaban mucho después de que el funeral hubiera tenido lugar. La carga que suponía la labor de doliente ayudó a conducir a algunas mujeres al suicido mediante el método de negarse a comer[66]. El trabajo emocional de este tipo ponía el cuerpo y la mente de la mujer al servicio del cuerpo político, para el que producían sentimientos que mantenían el statu quo. No obstante, por sí mismos, los sentimientos femeninos se consideraban irracionales y de escasa importancia. Como veremos al ocuparnos de los esclavos, cuanto menor era el estatus de un grupo en la sociedad romana, tanto más se desacreditaban sus sentimientos. Es imposible esperar que todo esto fuera benéfico para el bienestar mental de los individuos.
-
Los altos índices de mortalidad femenina, en especial de esposas jóvenes como consecuencia de complicaciones durante el embarazo o el parto, hacía que las madrastras fueran algo normal. Estas se hicieron tristemente célebres por el trato severo que infligían a los hijos de la anterior esposa. Una madrastra «nunca amaña a sus hijastros por inclinación o elección». Se daba por sentado que la madrastra repartía la comida dentro de la familia de tal manera que sus propios hijos resultaran favorecidos: «prodiga afecto en la crianza de los hijos que ha engendrado, pero celosamente odia a los producidos por las contracciones de otra. Además, recorta las raciones de estos últimos para darle más a los propios». Cuando en la fábula de Esopo se pregunta al hortelano que riega sus plantas por qué las hortalizas silvestres son más robustas que las que cultiva élmismo, este responde: «Porque para unas la tierra es una madre y para las otras, una madrastra».
- El abuso físico podía llegar a tener una crueldad casi cómica: en una ocasión el emperador Adriano le sacó un ojo a un esclavo con su pluma. Galeno afirmaba que «nunca he puesto mis manos sobre un sirviente, una disciplina que también practicaba mi padre, quien con frecuencia reprendía a sus amigos por las magulladuras que se hacían en las manos al golpear a los sirvientes en los dientes». Solo con que hubieran esperado a que su ira amainara, continua, podrían «infligir la cantidad de golpes que desearan, llevando a cabo la tarea de acuerdo con su juicio. Se sabe incluso de algunos que usan no solo los puños sino también los pies contra los sirvientes, o los apuñalan con el lápiz que por casualidad tienen en la mano».
- E incluso dentro del mundo de los esclavos había una jerarquía. Todos los esclavos no gozaban del mismo estatus: estaban los esclavos que trabajaban en el campo, los esclavos domésticos, los esclavos que nacían en casa, los bárbaros importados, los esclavos con alguna educación y los esclavos que tenían contacto personal con el amo o a los que se había confiado alguna posición de autoridad. En ocasiones, los esclavos no eran más sensibles que sus patrones en sus relaciones con otros esclavos: Salviano cuenta que a algunos esclavos les «aterrorizaban sus compañeros de esclavitud». De hecho, la caricatura del liberto es la de alguien que trata con particular brutalidad a sus propios esclavos, como Trimalción en el Satiricón, que exige decapitaciones y flagelaciones como una forma de compensar con exceso su anterior estatus servil.
- Incluso en este entorno, muchos esclavos conseguían tener una familia, aunque en la mayoría de los casos era el amo el que asignaba las parejas. Tener hijos no dejaba de tener recompensas: a una esclava que tenía tres hijos, Columela le otorgó «exención del trabajo», y «a una mujer que tenía más, la libertad» . Pero luego vivían temiendo constantemente la venta de algún miembro de su familia. La moraleja de la fábula de la paloma y la corneja declara: «los más desafortunados de los servidores son los que más hijos engendran en la esclavitud» . Asimismo, los hijos podían ser testigos de la venta de sus padres viejos o enfermos: «vende a tus esclavos viejos, a tus esclavos enfermos y a cualquier otro que sea superfluo», aconseja Catón . Catón era un auténtico hijo de puta, pero la práctica era lo bastante común como para que el emperador Claudio tuviera que actuar para intentar impedir que la gente en general abandonara a sus esclavos enfermos o inservibles en la isla Tiberina en Roma.
- Las pruebas que tenemos nos dicen que la no élite romana debía hacer frente a factores sociales estresantes muy poderosos. Además, cuanto más abajo en la jerarquía social se encontraba un individuo, más intensos resultaban estos factores estresantes. Las investigaciones modernas sobre salud mental, y acaso también el sentido común, nos dicen que es de esperar que tales condiciones tengan un impacto perjudicial en su bienestar psicológico, y que la consecuencia sea un nivel bajo de salud mental. Asimismo, nos dicen que es de esperar una incidencia elevada de trastornos mentales en los grupos de menos estatus, en especial los esclavos. Lo que no pueden decirnos son las formas que tales trastornos mentales adoptaban. Las influencias sociales afectan de forma suficiente a las enfermedades mentales como para que estas se manifiesten de manera diferente de una cultura a otra. Cada contexto particular produce cierto estilo de expresión psiquiátrica. Y tampoco pueden decirnos cómo esta forma única de expresión ayudaba a los romanos a entender y moldear su mundo.
- Se pensaba que la histeria era una dolencia femenina causada por la tendencia del útero a vagar dentro del cuerpo. Afectaba principalmente a las vírgenes y las viudas, y entre los síntomas estaban la falta de aliento, los dolores en el pecho, las piernas o la ingle, y los ataques. El tratamiento consistía en la aplicación de olores fuertes para intentar devolver el útero a su lugar apropiado, aunque también podía recurrirse a la magia: «Yo te conjuro, oh, útero […] no roas el corazón como los perros y vuelve a tu lugar previsto y apropiado» . Resulta difícil no ver el útero como una metáfora de la mujer en la sociedad romana. Las mujeres
estaban sometidas a una presión terrible para que procrearan y criaran hijos. El estrés físico y emocional que esto generaba probablemente era abrumador para muchas. La histeria constituía una forma permisible de manifestar sus tensiones y angustias. El método era admisible porque funcionaba de acuerdo con las propias nociones masculinas sobre la probable conducta de la mujer: inconstante, impredecible, emocional. Los escritores varones ofrecieron una interpretación médica de estas expresiones de trastorno basada en sus ideas preconcebidas sobre el comportamiento apropiado de las mujeres. La histeria, se consideraba, podía ser causada por un aborto espontáneo, un parto prematuro, una viudez prolongada, la retención de la regla y la terminación de la maternidad ordinaria. Por tanto, la única cura real que existía era parir, ser una esposa y mantener relaciones sexuales . De forma similar, Galeno pensaba que la histeria masculina se debía a la retención de esperma y la falta de sexo [163] . La concepción médica masculina sostenía que la salud mental femenina dependía de la actividad reproductiva y del cumplimiento, por parte de la mujer, de la función social que le correspondía. Para las mujeres, la histeria representaba un rechazo de estos valores. - Las Saturnales incorporaban varios motivos interrelacionados. El primero era la igualdad. Las Saturnales representaban el regreso de la edad dorada de Saturno, que existía antes de que las nociones de rango y orden aparecieran en la sociedad. No había entonces ni esclavitud ni propiedad privada y todos los hombres lo poseían todo en común. La gente vestía combinaciones de colores brillantes, en lugar de la toga, y se ponía el píleo, el sombrero de fieltro del liberto, para simbolizar la licencia de la ocasión y la abolición de la jerarquía. A los esclavos no podía castigárseles. El juego estaba permLa cultura del pueblo se burlaba de todo, incluida ella misma, pero en esta situación los sobrenombres también ayudaban a crear un pequeño grupo fuertemente unido. En otras situaciones, proporcionaban un medio eficaz para hacer cumplir las normas relativas a la apariencia personal y la personalidad. El público se burlaba de Quinto Hortensio Hórtalo llamándolo «Dionisia», debido a que su voz afeminada supuestamente se asemejaba a la de esa famosa actriz . Los apodos también podían marcar a ciertos individuos como seres despreciables o no personas. La descripción de los britanos nativos como «brittunculi», los asquerosos britanitos, en las tablillas de Vindolanda constituye un buen ejemplo. Muchos chistes pintan a los habitantes de Cime y Abdera como estúpidos por naturaleza, lo que los convierte en el equivalente romano de minorías, como los irlandeses, los polacos o los gallegos, a las que se convierte en objeto de burla para reforzar el sentido de identidad central. Un abderitano, cuenta el chiste, vio a un eunuco conversando con una mujer y le preguntó si ella era su esposa. El eunuco le respondió que las personas como él no podían tener esposas. «Ah», dijo entonces el abderitano, «así debe de ser tu hija». La farsa y la parodia eran elementos esenciales del humor popular. Cuestiones importantes se trivializaban hasta hacerlas irrelevantes, como con los dichos de los siete sabios. La anónima «Cena de Cipriano», una obra del siglo V o VI, incluso parodiaba a personajes bíblicos, como Adán o san Pedro, a los que caricaturizaba y ridiculizaba en un gran banquete. Los cerdos parecen haber tenido un lugar muy destacado en el ingenio popular, quizás porque en el campo con frecuencia vivían en estrecho contacto con los humanos, casi en la misma casa. El cerdo era la comida preferida de las clases populares y por esta razón en Roma selo regalaba durante el Bajo Imperio . Cada ciudadano recibía cinco libras de cerdo al mes durante cinco meses al año. Esto acaso no parezca mucho (como declara una ley, el subsidio de cerdo era una «golosina» mediante la cual «es posible alegrar al populacho, no nutrirlo».itido. Era el momento del año en que «los ecuestres y los senadores lucen sus ropas de fiesta e incluso el emperador se pone un píleo, y el esclavo criado en casa no teme mirar a los ediles y agita el cubilete» . Se intercambiaban regalos como un acto entre iguales. La gente cantaba en el mercado y las calles, una práctica que en contextos normales constituía «una desgracia y un ridículo para el hombre rico y la locura para el hombre pobre» . El foro se llenaba con toda una gama de artistas itinerantes, malabaristas y encantadores de serpientes. El festín reflejaba el hecho de que este era un tiempo de abundancia para todos, no solo para la élite «pues para estas mandíbulas de la clase superior siempre estamos de fiestas Saturnales»
- La lascivia abundaba. El sexo servía temáticamente para simbolizar la fertilidad, la abundancia y el crecimiento. Todo se hacía de forma excesiva: comer, beber, jugar, cantar y bailar, una inversión de la escasez asociada con la vida normal y corriente. Juan Crisóstomo advierte a su rebaño acerca de los demonios de la fiesta en el mercado e insta a los fieles a permanecer en sus casas, lejos de «los tumultos, los desórdenes, la posesiones diabólicas y el mercado repleto de hombres licenciosos» [13] . La gente se burlaba de todo. Cualquier cosa que representara la seriedad, los dioses, incluso, era objeto de burla. En una Antioquía en gran parte cristiana, el emperador pagano Juliano fue ridiculizado en las Saturnales y en las celebraciones del Año Nuevo por su barba, su estilo de vida ascético, su desinterés por el teatro y las carreras de caballos y por el hecho de que matara tantísimos animales en sus sacrificios.
- Con todo, probablemente sea un error atribuir un único significado al carnaval. La inversión nos proporciona una imagen ambivalente. Desde el punto de vista de la élite, demostraba la estupidez de cambiar el orden existente porque el resultado no sería más que revoltijo caótico e idiota. Pero asimismo ofrecía a los descontentos una imagen de ridiculización de la cultura oficial. El carnaval les mostraba que sus circunstancias no estaban grabadas en piedra y podían modificarse. Les infundía esperanza en la revancha y la justicia futura. Este atractivo universal era una de las razones de su éxito. Por otro lado, los significados del carnaval tampoco eran fijos: por lo general proporcionaba una forma estable de divertirse, pero en otras épocas se convertía en una ocasión para manifestar el descontento. Por tanto, es incorrecto ver el carnaval sencillamente como una práctica que reforzaba la normalidad al permitir resolver las hostilidades y mostrar que el cambio era fútil, aunque divertido. Nada se olvidaba en realidad, eso es seguro, pero sí se creaban un espacio simbólico de igualdad y libertad que resultaba amenazador en una sociedad en la que el respeto de las jerarquías era la norma. El pueblo expresaba su sentido de la libertad con su comportamiento desordenado y, sin importar cuán rituales y rutinarios se tornaban tales excesos, eso constituía una afirmación de que las diferencias sociales eran parte de un orden ritual.
- Las Saturnales eran la expresión extrema de los principios de la diversión de la no élite. Hacían hincapié en la risa, lo físico, lo profano y lo no oficial, todo lo cual se oponía de forma directa a la inmutabilidad dogmática de la cultura oficial. Pero estos principios no se limitaban a unas pocas fiestas, incluso si eran ellas las que permitían su expresión más plena: informaban el modo en que la no élite se divertía a lo largo https://badalnovas.com/de todo el año. La risa era acaso la característica que definía el espíritu del ocio de la no élite, que se burlaba de las pretensiones de la cultura oficial. En Pompeya, grafitos escritos con motivo de las elecciones anuncian que «los ladronzuelos os instan a elegir edil a Vatia», un candidato que también obtuvo el apoyo de «los dormilones» [18] . En otro, los «bebedores tardíos unidos» (seribibi universi) anuncian su candidato favorito . Es imposible saber con certeza si este último ejemplo representaba un ataque contra un cLas Saturnales eran la expresión extrema de los principios de la diversión de la no élite. Hacían hincapié en la risa, lo físico, lo profano y lo no oficial, todo lo cual se oponía de forma directa a la inmutabilidad dogmática de la
cultura oficial. Pero estos principios no se limitaban a unas pocas fiestas, incluso si eran ellas las que permitían su expresión más plena: informaban el modo en que la no élite se divertía a lo largo de todo el año. La risa era acaso la característica que definía el espíritu del ocio de la no élite, que se burlaba de las pretensiones de la cultura oficial. En Pompeya, grafitos escritos con motivo de las elecciones anuncian que «los ladronzuelos os instan a elegir edil a Vatia», un candidato que también obtuvo el apoyo de «los dormilones» [18] . En otro, los «bebedores tardíos unidos» (seribibi universi) anuncian su candidato favorito . Es imposible saber con certeza si este último ejemplo representaba un ataque contra un candidato real, un nombre divertido para un club o una burla pura de todo el proceso electoral. Sea cual sea la respuesta, este tipo de irreverencia es la característica primordial del humor popular. Un excelente ejemplo de esto lo encontramos en la taberna de los Siete Sabios, donde, sobre las pinturas de unos veinte hombres ordinarios sentados en letrinas, se reinventaban en términos populares los dichos sabios de los filósofos: «Tales aconseja a quienes cagan duro que pujen con fuerza»; «El astuto Quilón enseña a echar pedos de forma silenciosa» . Por lo general se trataba más de reírse de que de reírse con. Plutarco recomendaba hablar en voz alta para mantener una buena salud, pero señalaba que quien lo haga en una posada tendrá que ignorar las burlas de los marineros, los arrieros y los camareros . De forma similar, un aristócrata acostumbrado al lujo «tenía una reputación tan espantosa por su libertinaje, que su conducta había sido tema de canciones groseras que se cantaban en las calles» . Una fábula cuenta que «al ver un león enjaulado, un zorro se le acercó para dedicarle insultos aterradores», lo que demuestra, según explica la moraleja, que «muchas personas distinguidas, cuando son víctimas de la desgracia, son tratadas con desprecio por hombres sin importancia» . Con todo, no solo las clases altas eran blanco del humor popular. Numerosos chistes se ríen de las desgracias de otras personas, como los jorobados . Y luego tenemos el caso del hombre que vio a un espartano azotando a su esclavo y gritó: «deja de tratar a tu esclavo como a tu igual», en referencia a la severidad con que se criaba a los hijos de Esparta . En una cultura en la que la vergüenza constituía una poderosa fuerza social, el humor podía ayudar a reforzar las normas de comportamiento. En la fábula Las Saturnales eran la expresión extrema de los principios de la diversión de la no élite. Hacían hincapié en la risa, lo físico, lo profano y lo no oficial, todo lo cual se oponía de forma directa a la inmutabilidad dogmática de la cultura oficial. Pero estos principios no se limitaban a unas pocas fiestas, incluso si eran ellas las que permitían su expresión más plena: informaban el modo en que la no élite se divertía a lo largo de todo el año. La risa era acaso la característica que definía el espíritu del ocio de la no élite, que se burlaba de las pretensiones de la cultura oficial. En Pompeya, grafitos escritos con motivo de las elecciones anuncian que «los ladronzuelos os instan a elegir edil a Vatia», un candidato que también obtuvo el apoyo de «los dormilones» [18] . En otro, los «bebedores tardíos unidos» (seribibi universi) anuncian su candidato favorito . Es imposible saber con certeza si este último ejemplo representaba un ataque contrhttps://badalnovas.com/a un candidato real, un nombre divertido para un club o una burla pura de todo el proceso electoral. Sea cual sea la respuesta, este tipo de irreverencia es la característica primordial del humor popular. Un excelente ejemplo de esto lo encontramos en la taberna de los Siete Sabios, donde, sobre las pinturas de unos veinte hombres ordinarios sentados en letrinas, se reinventaban en términos populares los dichos sabios de los filósofos: «Tales aconseja a quienes cagan duro que pujen con fuerza»; «El astuto Quilón enseña a echar pedos de forma silenciosa» . Por lo general se trataba más de reírse de que de reírse con. Plutarco recomendaba hablar en voz alta para mantener una buena salud, pero señalaba que quien lo haga en una posada tendrá que ignorar las burlas de los marineros, los arrieros y los camareros . De forma similar, un aristócrata acostumbrado al lujo «tenía una reputación tan espantosa por su libertinaje, que su conducta había sido tema de canciones groseras que se cantaban en las calles» . Una fábula cuenta que «al ver un león enjaulado, un zorro se le acercó para dedicarle insultos aterradores», lo que demuestra, según explica la moraleja, que «muchas personas distinguidas, cuando son víctimas de la desgracia, son tratadas con desprecio por hombres sin importancia» . Con todo, no solo las clases altas eran blanco del humor popular. Numerosos chistes se ríen de las desgracias de otras personas, como los jorobados . Y luego tenemos el caso del hombre que vio a un espartano azotando a su esclavo y gritó: «deja de tratar a tu esclavo como a tu igual», en referencia a la severidad con que se criaba a los hijos de Esparta . En una cultura en la que la vergüenza constituía una poderosa fuerza social, el humor podía ayudar a reforzar las normas de comportamiento. En la fábula del asno con la piel de león, un asno pretende hacerse pasar por un león, pero es descubierto y recibe una paliza: como dice la moraleja, «un hombre pobre y ordinario no debe imitar a los ricos por temor a ser motivo de risa y meterse en problemas»del asno con la piel de león, un asno pretende hacerse pasar por un león, pero es descubierto y recibe una paliza: como dice la moraleja, «un hombre pobre y ordinario no debe imitar a los ricos por temor a ser motivo de risa y meterse en problemas»andidato real, un nombre divertido para un club o una burla pura de todo el proceso electoral. Sea cual sea la respuesta, este tipo de irreverencia es la característica primordial del humor popular. Un excelente ejemplo de esto lo encontramos en la taberna de los Siete Sabios, donde, sobre las pinturas de unos veinte hombres ordinarios sentados en letrinas, se reinventaban en términos populares los dichos sabios de los filósofos: «Tales aconseja a quienes cagan duro que pujen con fuerza»; «El astuto Quilón enseña a echar pedos de forma silenciosa» . Por lo general se trataba más de reírse de que de reírse con. Plutarco recomendaba hablar en voz alta para mantener una buena salud, pero señalaba que quien lo haga en una posada tendrá que ignorar las burlas de los marineros, los arrieros y los camareros . De forma similar, un aristócrata acostumbrado al lujo «tenía una reputación tan espantosa por su libertinaje, que su conducta había sido tema de canciones groseras que se cantaban en las calles» . Una fábula cuenta que «al ver un león enjaulado, un zorro se le acercó para dedicarle insultos aterradores», lo que demuestra, según explica la moraleja, que «muchas personas distinguidas, cuando son víctimas de la desgracia, son tratadas con desprecio por hombres sin importancia» . Con todo, no solo las clases altas eran blanco del humor popular. Numerosos chistes se ríen de las desgracias de otras personas, como los jorobados . Y luego tenemos el caso del hombre que vio a un espartano azotando a su esclavo y gritó: «deja de tratar a tu esclavo como a tu igual», en referencia a la severidad con que se criaba a los hijos de Esparta . En una cultura en la que la vergüenza constituía una poderosa fuerza social, el humor podía ayudar a reforzar las normas de comportamiento. En la fábula del asno con la piel de león, un asno pretende hacerse pasar por un león, pero es descubierto y recibe una paliza: como dice la moraleja, «un hombre pobre y ordinario no debe imitar a los ricos por temor a ser motivo de risa y meterse en problemas» . - La cultura del pueblo se burlaba de todo, incluida ella misma, pero en esta situación los sobrenombres también ayudaban a crear un pequeño grupo fuertemente unido. En otras situaciones, proporcionaban un medio eficaz para hacer cumplir las normas relativas a la apariencia personal y la personalidad. El público se burlaba de Quinto Hortensio Hórtalo llamándolo «Dionisia», debido a que su voz afeminada supuestamente se asemejaba a la de esa famosa actriz . Los apodos también podían marcar a ciertos individuos como seres despreciables o no personas. La descripción de los britanos nativos como «brittunculi», los asquerosos britanitos, en las tablillas de Vindolanda constituye un buen ejemplo. Muchos chistes pintan a los habitantes de Cime y Abdera como estúpidos por naturaleza, lo que los convierte en el equivalente romano de minorías, como los irlandeses, los polacos o los gallegos, a las que se convierte en objeto de burla para reforzar el sentido de identidad central. Un abderitano, cuenta el chiste, vio a un eunuco conversando con una mujer y le preguntó si ella era su esposa. El eunuco le respondió que las personas como él no podían tener esposas. «Ah», dijo entonces el abderitano, «así debe de ser tu hija». La farsa y la parodia eran elementos esenciales del humor popular. Cuestiones importantes se trivializaban hasta hacerlas irrelevantes, como con los dichos de los siete sabios. La anónima «Cena de Cipriano», una obra del siglo V o VI, incluso parodiaba a personajes bíblicos, como Adán o san Pedro, a los que caricaturizaba y ridiculizaba en un gran banquete. Los cerdos parecen haber tenido un lugar muy destacado en el ingenio popular, quizás porque en el campo con frecuencia vivían en estrecho contacto con los humanos, casi en la misma casa. El cerdo era la comida preferida de las clases populares y por esta razón en Roma selo regalaba durante el Bajo Imperio . Cada ciudadano recibía cinco libras de cerdo al mes durante cinco meses al año. Esto acaso no parezca mucho (como declara una ley, el subsidio de cerdo era una «golosina» mediante la cual «es posible alegrar al populacho, no nutrirlo».
- Las nociones populares alrededor de la sexualidad se manifiestan en parte en los falos con frecuencia exageradamente alargados que se usaban para mantener a raya a los malos espíritus. Aquí nos topamos una vez más con una predilección por lo físico en su nivel más grotesco. Es tentador pensar que la sexualidad del pueblo difería de la de la élite, que la no élite se comportaba de forma más heterosexual que la élite, cuya adopción de las prácticas homosexuales griegas fue de hecho un acto para diferenciarse de las masas. Sin embargo, no parece haber existido una actitud popular distintiva acerca de qué constituía un objeto correcto del deseo sexual. La gente parece haber compartido la misma división entre actividad y pasividad que caracterizaba las ideas de la élite acerca de la sexualidad. Lo más importante era quién le estaba haciendo qué a quién, y aquellos a los que se les hacía eran los que cargaban con el sello de la vergüenza. Esta era una concepción de la sexualidad muy ligada al estatus. En su exposición sobre la Taberna de Salvio en Pompeya, Clarke argumenta que «los miembros de la no élite, en particular los esclavos y ex esclavos, eran habitualmente los compañeros pasivos de los varones de la élite nacidos libres». Por tanto, concluye, un gran porcentaje de los varones de la taberna (esclavos, ex esclavos y extranjeros) «había tenido la experiencia de ser penetrado tanto analmente como oralmente, esto es, había practicado felaciones a otros varones». Esto podría ser exagerado, dado que la mayoría de los esclavos probablemente nunca llegaba a tener tanto contacto directo con sus amos y que los mismos amos parecen haber preferido los jovencitos prepúberes de piel suave a los esclavos recios y curtidos, y a menudo estaban dispuestos a pagar elevadas sumas de dinero por chicos esclavos particularmente atractivos. Con todo, eso sugiere que acaso la diferencia real entre la sexualidad de la élite y de la no élite resida en la forma de su expresión, en una cuestión de estilo. El varón de la élite buscaba subrayar su gusto disfrutando de parejas de uno u otro sexo caracterizadas por su belleza. De esta forma el acto físico se elevaba a un plano superior de apreciación artística. La élite, además, estaba en condiciones de entregarse a sus placeres en la privacidad de sus hogares. La no élite, en cambio, estaba obligada a disfrutar de las relaciones sexuales en un entorno más abarrotado. Las condiciones de hacinamiento implicaban que quienes dormían juntos con frecuencia lo hacían muy cerca del grupo familiar. La gran cohorte de los trabajadores jóvenes y solteros de la no élite recurría a las prostitutas, que realizaban su trabajo en entornos semipúblicos, con frecuencia en tabernas y posadas, lo que implicaba que sus encuentros con los clientes con facilidad eran oídos por otros. La élite encontraba este comportamiento repugnante. Dion Crisóstomo censuraba a la gente de Tarso por tener el hábito de resoplar, lo que le recordaba los ruidos bestiales e inmorales que se asociaban con los burdeles.
- La mímica también nos proporciona un indicio claro de los principios del ocio popular. Aunque es relativamente poco lo que sabemos de ellas, las mímicas eran la forma de teatro más popular del Imperio. Solo se conserva una, La mímica de Oxirrinco, y resulta claro que el texto constituye apenas el esqueleto de una actuación, en gran medida improvisada, que incluía diversos números de acrobacias, canto, baile, chistes y trucos de magia. Las mímicas eran obras breves que lo ridiculizaban todo. Estaban repletas de violencia y estupidez. Como en el carnaval, las situaciones cotidianas se invertían para generar efectos cómicos, algo que puede apreciarse en los títulos que sí se conservan: Rico de la noche a la mañana (el equivalente del Ganador de la lotería de nuestros días), Millonario en bancarrota, El salteador crucificado , Una mímica muy popular, llamada Legumbres, contaba que el nuevo dios Rómulo quería comer legumbres, no el alimento tradicional de los dioses, la ambrosía . Las legumbres, como es obvio, ocupaban un importante lugar en la gastronomía popular romana, en particular porque cuatro de las más famosas familias romanas debían su nombre a ellas: la familia Lentulus (por las lentejas), los Fabius (por las habas), los Cicero (por los garbanzos) y los Piso (por los guisantes). Sin embargo, en el contexto de una obra vulgar, como sabe cualquier escolar, las legumbres significan pedos. Con todo, el tema más popular era quizás el adulterio. El amante encerrado tiene una trama sencilla: una mujer casada cuyo marido está fuera permite entrar en casa a su amante, un zalamero, pero entonces su marido regresa de forma inesperada y la mujer esconde al amante en un baúl; el clímax, por supuesto, lo proporciona su descubrimiento . El espectáculo ridiculizaba por completo al marido estúpido, que cae en los ingeniosos trucos de su astuta esposa. El desenlace era por lo general simple: el amante salía corriendo o la música cesaba. Las mímicas se asociaban en especial con la fiesta de Flora, durante la cual eran representadas por mujeres desnudas en el escenario . Teodora, la futura esposa del emperador Justiniano, solía aparecer desnuda en escena antes de que él la «descubriera» . Como no es de extrañar, la desnudez daba pie a actos sexuales tanto simulados como reales . Los requisitos para su escenificación eran mínimos: no había escenografía, lo que hacía que fueran ideales para grupos de artistas itinerantes, y con frecuencia el único elemento de utilería parece haber sido el baúl en que se escondía el amante. No se usaban máscaras, lo que permitía toda clase de expresiones faciales y contorsiones grotescas improvisadas sobre la marcha. Un actor cómico llamado Estratocles, que interpretaba a viejos verdes, esclavos astutos, parásitos, proxenetas y todo tipo de personajes ridículos, tenía una gran agilidad, una risa atronadora y una capacidad extraordinaria para «hundir el cuello en los hombros». Según un experto en la oratoria de la élite, «es en extremo indecoroso distorsionar los rasgos o usar los gestos zafios que causan tanta risa en las farsas». El personaje del Tonto, el stupidus, usaba un disfraz multicolor, llevaba la cabeza afeitada y era el blanco de los insultos y las bofetadas en general.
- Las mímicas servían para reforzar la moralidad normal, no para subvertirla. Las mímicas proporcionaban «un placer sencillo, libre de disputas y perturbaciones» y «a diferencia de las carreras de caballos y del baile pantomímico, no llenaban a la gente de desacuerdos». Cicerón se quejaba de que las mímicas eran «trilladas», pero estas reflejaban una cultura en que la repetición ritual ayudaba a fijar lo que se conocía y entendía [86] . Al trabajar con temas tópicos y polaridades simples, las mímicas refrendaban la normalidad de la vida cotidiana. No obstante, como en el caso del carnaval, eran posibles lecturas alternativas. Las mímicas también ofrecían una liberación temporal de la vida normal y se otorgaba mayor prioridad a la improvisación que a la composición cuidadosa. Esto reflejaba el elevado valor que la no élite atribuía a los procesos de pensamiento instintivos. El ingenio natural y la habilidad para pensar con rapidez, sobre la marcha, eran herramientas de supervivencia mucho mejores que un cerebro educado. Esto también refleja una cultura en la que la comunidad era considerada más importante que la creatividad individual. El actor estaba por encima del autor. Los actores no eran simples portavoces; tenían libertad para improvisar y era en su actuación donde residía la creatividad. Para una sensibilidad moderna, esta representación repetitiva de obras y temas tópicos puede con facilidad parecer tediosa, pero la no élite vivía una vida repetitiva, en la que una pequeña ruptura de la rutina constituía la mayor diversión. Eran personas que estaban más atentas a las variaciones más ligeras de la vida diaria porque estas podían tener un impacto significativo en su calidad de vida.
- Conseguir estar exento de castigos físicos era un privilegio muy codiciado, en particular en el Bajo Imperio cuando los castigos serviles se difundieron a otros sectores de la escala social. Quienes no estaban eximidos llevaban las marcas de su subordinación durante mucho tiempo. En la novela de Aquiles Tacio, la heroína Leucipa adquiere las cicatrices del duro trabajo agrícola de los esclavos: grilletes, una cabeza rapada, un cuerpo mugriento y marcas de azotes.Las profundas cicatrices psicológicas que esto podía dejar resultan patentes en la caricatura que describe a un liberto rico como alguien que aguza el oído cuando oye chasquear un látigo.
- De la misma forma que los juegos ofrecían una visualización de esa nueva amalgama que era el lujo moral, las descripciones escritas en historias como las Vidas de Suetonio y las Scriptores Historiae Augustae ofrecían un testimonio textual florido y rimbombante. Estos textos representaban una explosión de sensualidad literaria paralela al amplio cambio cultural que tenía lugar en esa dirección. Se concentraban en los casos extremos de largueza imperial como un modo de subrayar su preocupación de que este nuevo lujo estuviera degenerando en excesos inmorales. Esta era la inquietud tradicional de la élite. Sin embargo, lo que en realidad muestran esos relatos exagerados es que el lujo se había convertido en una parte aceptable de la política convencional. Pese a los recelos que todavía pudiera abrigar la élite literaria, lo normal era ahora que el lujo sensual sirviera de telón de fondo para el encuentro del emperador y su pueblo.
- La halitosis del vulgo no sorprendía a la élite, dado que un liberto, como se dice de uno de los amigos de Trimalción en el Satiricón, «habría mordido el estiércol para sacar de él una cuarta parte de un as».[73] Pero el mal aliento también se atribuía a malas conductas sexuales. Dado que lo físico y lo moral se confundían, la inmoralidad apestaba.
-
Construían casas espaciosas para evitar el contacto de las masas, y con suficientes habitaciones adicionales para tener silencio y privacidad; el arte les permitía demostrar su discernimiento visual, y los perfumes, para mantener a raya olores más comunes. Construían estas viviendas en lugares como el monte Palatino en Roma, que tenía un mejor sistema de desagüe y era más fresco, lo que reducía el hedor generado por el calor del verano. La élite reordenó las experiencias sensoriales de sus viviendas y, por tanto, redefinió el contexto sensorial en que sus relaciones sociales tenían lugar. Para los romanos, los sentidos se convirtieron en un elemento clave para conocer su estatus y su valía. Para la mayoría, no había forma de escapar del hedor. Las calles de Roma debían de apestar más en las chabolas miserables en que vivían las masas. El olor de muchas personas revelaba su trabajo, creando una especie de orden de los olores. Un padre que aconsejaba a su hijo cómo ganarse el sustento hacía hincapié en que no era bueno dejarse «vencer por el asco ante el tipo de mercancías que han sido relegadas al otro lado del Tíber, o pensar que debes hacer una distinción entre los perfumes y los cueros: el beneficio huele bien sin importar de que artículo se derive».El ajo, que no estaba presente en la cocina de la élite, se asociaba mucho con la comida de los pobres. Esto era motivo de preocupación, pues se pensaba que la enorme tuerza del ajo exacerbaba los temperamentos irascibles.
-
La élite despreciaba al pueblo porque este tenía que trabajar con sus manos para ganarse el sustento. El pueblo eran «los impuros». Los menos respetables eran quienes atendían los placeres sensuales de otros: pescaderos, carniceros, cocineros, polleros, pescadores, perfumeros, bailarines y quienes actuaban en espectáculos de variedades baratos. Quienes trabajaban en ocupaciones asociadas con la suciedad y el hedor estaban estigmatizados, en especial los tintoreros, los curtidores y los estercoleros que recogían los excrementos de las calles.
-
Al pueblo le gustaban los brochazos de colores brillantes y los espectáculos exageraban los placeres visuales para satisfacer ese gusto. Magnificaban la apariencia superficial para estimular los sentidos, algo que la élite tradicional consideraba frívolo y sensacionalista.
-
El latín popular era, ante todo, una cuestión de estilo. Las personas hablan en formas que reflejaban sus intereses culturales. Hasta cierto punto, el habla popular tenía un aspecto funcional: era una forma de hablar que no era un fin en sí misma, como la lengua literaria, sino una llena de necesidad y urgencia. Era posiblemente una forma de comunicarse poco estilizada, caracterizada por la franqueza, no por las poses retóricas de Cicerón. La estandarización era poca y, como puede apreciarse con facilidad en la forma en que Petronio parodia la forma de hablar de Trimalción y sus amigos, su discurso estaba lleno de lo que en el latín formal eran errores de género y sintaxis, faltas de declinación, confusiones acerca de los verbos.
-
Las aclamaciones fueron un dispositivo ideológico para negar la existencia de cualquier tensión entre el emperador y sus súbditos. Eran en gran medida lo que los emperadores querían que su pueblo les diera, a saber, una respuesta positiva, que se levantara, agitara sus togas y los ovacionara, proporcionándoles una medida del desempeño imperial. La élite aguardaba con ansiedad qué clase de recepción recibía y después alardeaba al respecto. El mosaico de Magerius, encontrado en el norte de Africa, muestra que estar en condiciones de dar a la multitud lo que esta quería y recibir su aclamación era la cumbre de la vida pública, al punto de que quien ofrecía los juegos se jactaba: «esto es riqueza, esto es poder». Sin embargo, el pueblo conservaba una voz crítica importante, pues podía negarse.
-
La no élite tenía que contentarse con géneros bastos y de mala calidad y un calzado inadecuado. Incluso aquellos elementos que debían proporcionarle alguna comodidad, como las almohadas, con frecuencia eran un tormento por estar llenos de pulgas. La mayoría de la no élite tenía pocas posesiones y la decoración de sus hogares era escasa. Una gran parte de los campesinos tenían suelos de tierra, en contraste con los suelos de piedra y los mosaicos de la élite. Los tapetes y las alfombras eran un signo de distinción, y esa es la razón por la que Cirilo los usaba para sobornar a los miembros de la casa imperial. Mucho más énfasis se ponía en la expresión corporal: como dice Quintiliano, al populacho, con sus ropas negras y sucias, le complace el orador que «manotea, da patadas al suelo, se pega en el muslo, el pecho y la frente». Esta era una forma de hablar física, agresiva, en la que los gestos enérgicos eran claves para hacerse oír. Todas estas tácticas contribuían a dar al lenguaje común intensidad emocional e inmediatez, pero también le proporcionaban un abanico de recursos estilísticos para impresionar y dominar al oyente.
-
La toga, como muchos objetos simbólicos, era en extremo poco práctica: una prenda cara, difícil de doblar de forma correcta, difícil de mantener impecable. Pero cuando se la usaba del modo apropiado, los pliegues de la tela creaban un área extensa de espacio personal, un símbolo de la libertad de la que gozaba el individuo. El pliegue interno, el sinus, se convirtió en una extensión del yo y una metáfora del corazón y afecto del individuo. La toga era blanca, pero los costos de limpiarla sumados a la edad de la prenda creaban una jerarquía de blancura, un tono grisáceo o desgastado evidenciaba el estatus.
-
Los rigores de la pobreza hacían que a menudo la apariencia de los más pobres fuera una marca visible de su condición. Tenían piojos y llagas, mientras que los mendigos iban «sin cortarse el pelo y sin bañarse». Los hijos andrajosos de los pobres se presentaban en ocasiones en las bodas, donde se les pagaba para que se fueran, pues se los consideraba un mal augurio. Como anota Parkin, al hacer esto los niños conseguían «aprovechar el asco social en beneficio propio». Muchos pobres estaban sordos debido a las enfermedades, sufrían temblores y tenían el rostro pálido y demacrado. La ceguera parece haber sido común.
-
Las calles de Roma eran estrechas y ruidosas, estaban llenas de desperdicios, grafitos, animales y gente. Sobre todo era un mundo de proximidad. Como se quejaba Marcial, «Novio es mi vecino. Podemos sacar las manos por las ventanas y tocarnos». La mayoría vivía en alojamientos de mala calidad. La no élite quizá tuviera escasa sensibilidad para la privacidad y pocas expectativas de espacio, pero una chabola destartalada no invitaba precisamente a la vida doméstica y empujaba a la gente a las calles, a vivir una vida sin esperanza.
-
El trabajo físico tenía un enorme impacto sobre el cuerpo. Volvían ásperas y gruesas las manos y, a ojos de la élite, también las costumbres, pues ponía al trabajador en contacto con la suciedad y la inmundicia. Los campesinos desarrollaban cuerpos duros y deformes debido a los efectos del considerable estrés al que sometían sus esqueletos.La no élite envejecía con rapidez, tanto los hombres, debido a trabajos físicos abrumadores que les dejaban la piel callosa y curtida, como las mujeres, vencidas por un ciclo interminable de embarazo, parto y crianza. El pueblo podía ser muy sensible al respecto: un aristócrata que era candidato en unas elecciones se burló de las manos ásperas de un campesino y perdió la votación como consecuencia de ello.
-
Los monjes no se retiraban de la sociedad simplemente para manifestar su descontento. Buscaban explorar lo divino y los límites de la identidad humana. Pero al hacerlo disolvían las categorías y relaciones sociales, lo que implicaba un rechazo del mundo social del que provenían. Los monjes provenían en su mayoría de las clases bajas. Su decisión de alejarse puede interpretarse como una reacción contra los roles que la sociedad definía para los varones y las normas de comportamiento que, se esperaba, se observaran en su cumplimiento. Hacerse monje era una forma de dejar atrás el mundo agotador y en extremo competitivo de los campesinos. El retiro religioso proporcionaba a las mujeres de la no élite una oportunidad de escapar del yugo interminable de la crianza.
-
Los pobres «tenían pocas esperanzas de obtener reparación cuando se enfrentaban a un acusado poderoso, y rara vez se molestaban en litigar». Y cuando se quejaban, la capacidad del gobierno romano para atender sus peticiones era limitada. Si los emperadores se ocupaban de una a fondo, esto simplemente hacía que las demás quedaran excluidas por falta de tiempo. El rebelde Calgaco enumeró las quejas de los oprimidos bótanos: el servicio militar obligatorio, los impuestos excesivos, la exacción del tributo, los trabajos forzosos y la arrogancia y presunción romanas, «a cuya opresión habéis intentado en vano escapar mediante la obediencia y la sumisión». El relato de Tácito de su desafiante discurso demuestra que los mismos romanos reconocían la posibilidad de visiones alternativas de su poder. En vista de tales excesos, no es una sorpresa encontrar que a lo largo y ancho del Imperio hubo personas que se resistieron. La sociedad ponía una pesada carga sobre las mujeres para garantizar que parieran el gran número de hijos que se necesitaban para vencer unas tasas de mortalidad infantil escandalosamente altas. Esto con frecuencia hacía que las mujeres quedaran atrapadas en un ciclo de parto y crianza al que solo la muerte ponía fin. No es de sorprender que algunas mujeres se resintieran de semejante sometimiento. Como hemos visto, la histeria ofrecía a las mujeres una forma socialmente aceptable de expresar tales tensiones. La cobardía podía ser una táctica útil para un esclavo si con ello conseguía que no se lo pusiera en situaciones de peligro.
-
El pueblo sondeaba constantemente para establecer si podía salirse con la suya, y debilitar los límites del dominio de la élite. Al hacer esto, la cultura del pueblo buscó crear nuevos espacios propios, libres de la influencia y el control de la élite. Así como la élite estableció con eficacia áreas de la cultura romana que estaban vedadas al pueblo, como la alta cocina y la literatura elevada, el pueblo intentó definir ámbitos de interés que la élite no comprendiera. Los fanáticos en los juegos, las iglesias domésticas, lenguas privadas como el dialecto de los mendigos, todo ello sema para excluir a la élite.
- La imagen del hombre santo como un personaje independiente y solitario le facilitaba mantener la distancia necesaria para cumplir con esa función. Asimismo debemos recordar que las Vidas escritas acerca de estos santos formaban parte de la publicidad agresiva de los nuevos líderes. Los textos hagiográficos presentaban una imagen idealizada de la relación entre los santos y su público. Del mismo modo, haríamos bien en recordar la desconfianza que el pueblo por lo general sentía hacia las figuras de autoridad y el escepticismo que manifestaba hacia los profesionales religiosos tradicionales. A fin de cuentas, fue ese mismo escepticismo el que obligó a los autores de las Vidas a trabajar con tanto ahínco para promover su caso. Pero, en términos generales, respaldar a los hombres santos trajo beneficios al pueblo.