- Solum certum nihil esse certi, et homine nihil miserius aut superbius. (No hay nada cierto más que la incertidumbre, y nada más miserable y más soberbio que el hombre.)
Aquellas palabras presidían la vida reflexiva de Montaigne.207 Dichas palabras le hablaban a él, en la Francia renacentista, con la misma emoción que a sus primeros lectores, encapsulando la idea de que, de todas las criaturas vivas, el hombre es el único que se resiste a aceptar el carácter caprichoso del destino. El deseo, y la búsqueda, de seguridad por parte del hombre es presuntuoso y arrogante; y su eterno fracaso en conseguirla, la receta de su desgracia.Teniendo en cuenta sus ideas acerca de la incertidumbre, habría sido esperable que Plinio el Viejo fuera quien popularizase la nieve como paradigma de la fortuna humana. Pero fue mérito del sobrino ir más allá de las moralizaciones de su tío y presentar la nieve no como un mero lujo, sino como algo tan mudable como la vida misma. Plinio el Viejo y Montaigne vieron un triunfo del hombre en preservar la nieve a través de las estaciones. Plinio vio en ello más bien su fracaso. Podría esforzarse en buscar la certidumbre protegiendo su nieve del calor para conservar su forma, pero, puesto que solía servir nieve en sus cenas, sabía bien que todos los esfuerzos eran inútiles. Tardase una hora o un día entero, la nieve siempre se fundía.
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Plinio el Viejo escribió que «solo el hombre lamenta su primera vez; lo que es, sin duda, un acertado augurio de la vida», y es difícil que tal descripción persuada a muchos lectores de aceptar sus ideas más generales acerca de los efectos dañinos del deseo sexual.316 En la Historia natural comparaba los hábitos sexuales humanos con los animales, con resultado desfavorable para los primeros. Mientras los animales tienen épocas determinadas para aparearse, a los humanos cualquier momento les parece bueno en potencia para el sexo, por lo que lo practican durante todo el año sin saciarse jamás. Los animales, además, obtenían satisfacción del intercambio, en tanto que los humanos «prácticamente ninguna». Y conjeturaba que uno de los más graves impedimentos para la satisfacción era la incompatibilidad estacional de los sexos. Ya en el siglo VII a. C. se creía que el vigor de las mujeres crecía en verano, justo cuando los hombres se hallaban más débiles, mientras que las mujeres eran tan indiferentes al sexo en los meses más fríos que, como un pulpo que roe uno de sus pies (así lo dijo un poeta), los hombres tenían que recurrir entonces a masturbarse en solitario en su casa vacía de pasión.317 La falta de satisfacción, asimismo, producía «desviación sexual», lo que para Plinio el Viejo era «un crimen contra la naturaleza». Y la desviación sexual podía adoptar muchas formas, pero el punto de referencia inmediato de Plinio el Viejo era la promiscuidad de Mesalina, la tercera esposa del emperador Claudio, de la que decían que había competido con una prostituta para ver cuál de las dos era capaz de dormir con más hombres en veinticuatro horas y que llegó a sumar veinticinco. La acusación de desviación sexual, en cualquier caso, se aplicaba más a menudo a los hombres, en la medida en que la sexualidad de las mujeres tendía a quedar controlada dentro de los límites impuestos a su libertad fuera del hogar. No obstante, para Plinio el Viejo el crimen sexual más grave que una mujer podía cometer era poner fin a un embarazo.
Se rumoreaba que la casa imperial era culpable de ambos crímenes. Domiciano se había casado con Domicia Longina, hija de Corbulón (a cuyas órdenes Plinio había combatido a los árboles en el año 47), pero corrían rumores de que mantenía una relación incestuosa con su sobrina. En absoluto ajeno a aquel deporte que él llamaba «batalla de cama» (su denominación preferida para el sexo), supuestamente habría dejado embarazada a la joven y la habría obligado a tomar una decisión que había acabado con ella. El aborto de Julia fue visto por los hombres de Roma casi con tan malos ojos como la perversión de Domiciano. Y llegó a inspirar los versos más infames que puedan imaginarse: «Julia liberó su fértil útero de abortos / múltiples y derramó coágulos que se parecían a su tío».318 El comportamiento de Domiciano no hizo más que afianzar la exclamación de Plinio el Viejo de «cuánto más criminales que las fieras somos en esta cuestión [el sexo]».
Cuando Domiciano se enteró de que la gente comentaba su iniquidad, «estalló».319 Pese a los múltiples rumores acerca de sus fechorías de menor importancia, se le tenía hasta entonces por un hombre de justicia. Incluso se sabía que había anulado decisiones del tribunal de los centunviros —el tribunal de Plinio— cuando creía que se habían visto influenciadas por la ambición personal de los miembros del jurado.320 Así que, no queriendo manchar su reputación, Domiciano entonces desvió las culpas de la muerte de la virgen hacia un senador llamado Valerio Liciniano, al que había arrestado bajo la acusación de haber escondido a una de las libertas de la virgen en su propiedad.321 Según Plinio, el senador confesó, «pero no quedó claro si lo hizo porque era verdad o porque temía peores consecuencias si lo negaba».322 El acusado no acudió a su propio juicio. Su abogado, un hombre llamado Herenio Senecio, lo representó, en su ausencia, ante el tribunal y le consiguió lo que Plinio llamó el tratamiento de «Patroclo ha muerto».323 Con un directo y útil «Liciniano recessit» («Liciniano renuncia a defenderse»), Senecio consiguió que su cliente quedara libre para reunir sus pertenencias y abandonar Roma en un exilio magnánimo. Liciniano acabaría siendo profesor de retórica en Sicilia, un final no del todo infortunado, aunque a ojos de Plinio pareciera bastante deplorable. «Tal fue su destino: de senador a exiliado, de orador a profesor de retórica», escribió.
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Plinio el Viejo seguía a los estoicos más antiguos en su creencia de que el universo existía en un ciclo sin principio ni fin, sujeto tan solo a la ekpirosis —la destrucción repentina por un gran incendio— con la que todo volvería a recuperar su fuerza y se iniciaría otro ciclo. Aunque la palabra «enciclopedia» no empezaría a circular hasta el siglo XV, Plinio el Viejo presentó su Historia natural como el equivalente latino de lo que los griegos habían llamado enkyklios paideia, «educación circular», una educación que envuelve en un círculo al discípulo.327 No le preocupaba lo que se hallaba por encima de la esfera terrenal, ni tampoco lo que podía acechar en el Hades. ¿Qué sentido tiene buscar lo que existe fuera de nuestro mundo cuando aún no hemos descubierto todo lo que hay en él?, se preguntaba.328 La Historia natural, una obra que el propio Plinio describió como «de perspectiva amplia y erudita y no menos variada que la propia naturaleza», fue un intento de exponer todo lo que se había descubierto en el mundo hasta entonces de modo que nos envolviese para siempre en su belleza.329
Los estoicos rara vez llegaron tan lejos como los filósofos cínicos de Grecia en su rechazo de la riqueza y la comodidad, pero compartían con ellos su capacidad para mantener la perspectiva en momentos de crisis evidente. Dicen que Zenón, el hombre al que se atribuye la fundación de la escuela de pensamiento estoica, había aprendido el arte de mantener la cabeza fría mientras se abrasaba con una sopa hirviendo. Al llegar a Atenas desde su Chipre natal hacia el año 312 a. C., se había encontrado con el filósofo cínico Crates, que lo retó en broma a llevar un cuenco humeante de sopa de lentejas por el barrio de los alfareros de Karameikos. Zenón aceptó y, para mantener cierta compostura, hizo lo que pudo al principio por ocultarlo. Crates entonces le rompió el cuenco con su bastón. Cuando la sopa empezó a chorrearle por las piernas, Zenón se avergonzó y corrió a esconderse. Crates le recordó entonces con tranquilidad: «Nada terrible has sufrido».330
El estoicismo era en el fondo una filosofía para lograr el equilibrio en un mundo frenético, una filosofía a través de la cual se aprendía autodominio y control sobre las propias emociones. Y fue en su temprana juventud, pocos años después de escapar del traumático desastre del Vesubio, cuando Plinio tuvo la oportunidad de conocer el estoicismo de primera mano. Cuando lo enviaron a Siria a cumplir con su servicio militar, se pasaba los días revisando los libros de cuentas de la caballería romana y las cohortes destinadas a la provincia, pero dedicó sus horas libres a estudiar, por lo menos, a tres filósofos estoicos.331
Entre los estoicos que conoció en Siria, había algunos que predicaban su forma de vida y otros más sensatos. Musonio Rufo era un miembro firmemente convencido del primer grupo. Filósofo de origen etrusco, tenía algo de «Sócrates romano».332 En la guerra civil que siguió a la muerte de Nerón, lo enviaron como legado a negociar un acuerdo de paz y terminó filosofando con el ejército enemigo sobre la fealdad del conflicto de una manera tan acalorada que lo único que logró fue que lo ridiculizaran por su «sabiduría inoportuna».333 En otra ocasión dijo a los atenienses que debían dejar de celebrar espectáculos de gladiadores al pie de los muros de la Acrópolis para no salpicar de sangre los asientos ocupados por los sacerdotes de Dioniso.334 En el mejor de los casos, a los griegos les habría costado aceptar las lecciones de un hombre que creía de un modo tan ferviente como Musonio Rufo (sobre bases más morales que estoicas específicas) que había que abstenerse de prácticas homosexuales y del sexo en general, salvo con fines de procreación determinados.
- Musonio Rufo se oponía a la explotación de la naturaleza basándose tanto en argumentos medioambientales como morales. Y, puesto que cada joya adquirida o cada ostra abierta no hacía más que estimular el apetito de algo aún más raro y refinado, defendía una dieta que aspirase a satisfacer la necesidad en lugar del deseo: verduras, alimentos crudos, algo de queso y nada de carne.344 Musonio Rufo desaprobaba el barrido de los océanos en busca de ostras tanto como Plinio el Viejo censuraba abrir (igual que cirujanos) las «entrañas» de la tierra en busca de oro, plata, ámbar, bronce, hierro y gemas, «como si el suelo que pisamos no fuera lo bastante generoso o fértil».
- La imagen de un bebé que se retuerce indefenso en su cuna convencía a Plinio el Viejo del potencial de la naturaleza para ser una falsa madrastra, pero la imagen de un hombre anciano agonizando en su cama lo hacía pensar, en cambio, en una madre amorosa. La naturaleza, concluía, nos ha regalado dos dones fundamentales. Uno de ellos es la brevedad de la vida. El otro, los medios para ponerle fin. La condición mortal no debía ser vista como una maldición, pues era la única cosa que nosotros poseíamos y de la que carecían los dioses.349 Si la vida se volvía demasiado insoportable, siempre nos quedaba una salida. Zeus no tenía otro remedio que seguir viviendo después de ver cómo su hijo Sarpedón moría y el Sueño y la Muerte lo sacaban en brazos del campo de batalla. El anciano podía huir de su lecho de sufrimiento poniendo fin a su vida de inmediato. La tierra lo cubriría abrazando su cuerpo igual que una madre. La explicación más sencilla que Plinio el Viejo podía encontrar al hecho de que la naturaleza sembrara venenos en la tierra era que con ello nos proporcionaba un medio para el suicidio. Solo necesitábamos saber qué setas, hojas o bayas elegir.
- Pero Plinio confesaba que le resultaba difícil comprender los principios del estoicismo. Al regresar a Roma desde Siria y reunirse con Eufrates, reconocía que no era capaz de entender por completo sus virtudes filosóficas «ni siquiera ahora; pues, del mismo modo en que no se puede juzgar la pintura, la escultura o el modelado si no se es artista, solo un hombre sabio es capaz de reconocer la sabiduría».356 No obstante, su negativa no era tanto un rechazo del estoicismo como una forma de ponerlo a prueba. Igual que el estoico que se negaba a llevar barba, la modesta afirmación de Plinio era una invitación a que otros mirasen por debajo de su fachada en busca de signos de sabiduría. Sin embargo, quien aún no conociese a Plinio y buscase en él rasgos estoicos, debía empezar por observar cómo se conducía en el tribunal. Las bancadas del tribunal de los centunviros proporcionaban un buen lugar de observación. ¿Se ponía nervioso o daba la impresión de que la ansiedad nublase sus ideas? El estoico ideal jamás cedía ni a sus emociones ni a sus miedos. ¿Se mostraba Plinio vacilante? El estoico no actuaba por impulsos. Cuando se hallaba bajo presión, ¿se mostraba racional? El estoico poseía un profundo sentido de la seguridad y la confianza interior: sabía que siempre estaba en su propia mano tomar la decisión adecuada. Y, cuando estuvo junto al lecho de su amigo enfermo, ¿cómo actuó? ¿Se mostró sereno y aceptó el deseo de morir del enfermo? En absoluto. Sentado junto al febril Ticio Aristón se describía a sí mismo como attonitus, «paralizado por el terror», una palabra que solo usó en otra ocasión en sus cartas, al recordar el estado en que se hallaba la multitud que intentaba huir de la erupción del Vesubio.357 Esta vez su pánico era tal que ni siquiera podía leer, y mucho menos tomar notas. A lo largo de su vida, Plinio presenció el suicidio de un gran número de amigos suyos. Sus esfuerzos por salvarlos fueron casi siempre inútiles. Plinio no dice si su amigo Aristón vivió o murió, pero los momentos que pasó junto a su lecho de enfermo tuvieron que reforzar los retos que ofrecía el estoicismo para él.
- Plinio el Viejo sabía que nada se detenía nunca. «La lluvia cae, las nubes pasan, los ríos se secan, el granizo golpea la tierra […], el vapor se alza sobre las cimas para hundirse en las simas de nuevo […] y así la naturaleza va y viene por su propia voluntad», escribió.359 La primavera ejemplificaba mejor que ninguna otra estación la mutabilidad de la naturaleza. «No os engañéis», advertía Ovidio a propósito del primer día de la primavera, «días fríos os aguardan por delante; / que el invierno a su paso, mientras aún se retira, va dejando señales».360 Lo impredecible de las estaciones puede que fuese para el campesino una fuente de preocupación, pero era también lo que lo hacía sentirse vivo. Para Plinio el Viejo, como mejor se experimentaba la vida era a través de las vicisitudes, «pues ¿qué verdadera alegría puede conceder la fortuna más que aquella que sigue al desastre, y qué otro verdadero desastre hay sino el que viene después de una gran alegría?».Unos veinte años después de que Plinio el Viejo muriese bajo la ceniza que cubrió Campania como un manto de nieve, la primavera devolvió al campo su follaje y sus flores al cerezo, la más gloriosa de cuyas variedades se conocía localmente como «pliniana».362 Plinio el Viejo había observado en su Historia natural que las flores se marchitan tan pronto como nacen para advertir a los hombres de la fugacidad de la vida.363 La naturaleza no «existe para el placer del hombre», mas hace bien en recordarle sus limitaciones. No obstante, ninguna otra flor podría haber movido a Plinio el Viejo a reflexionar en mayor profundidad sobre su condición efímera que la flor del cerezo. Podemos imaginarlo casi como un joven A. E. Housman que medita sobre su condición mortal bajo «el más encantador de los árboles».
- El higo mismo había representado para Plinio el Viejo la insensatez de la expansión y los débiles fundamentos sobre los que los romanos se preparaban para iniciar la guerra. Por la época en que escribía su enciclopedia, ya se había convertido en folclore la idea de que Roma había saqueado Cartago a causa de un único fruto. La primera y la segunda guerra púnica se libraron entre Roma y Cartago durante el siglo III a. C. y tuvieron como resultado el fortalecimiento del control de Roma sobre el Mediterráneo occidental. Aníbal había sido derrotado en Zama, y Sicilia, Córcega, Cerdeña y la península ibérica ahora eran suyas. Pero los romanos decidieron acabar con Cartago de una vez por todas declarando la guerra de nuevo en el año 149 a. C. En su determinación por ver la caída de Cartago, se contaba que el senador e historiador Catón el Viejo había llevado un higo fresco norteafricano al Senado y había propuesto a sus compañeros senadores que adivinasen cuándo había sido recogido. Cuando les contó que dos días antes aún estaba en su árbol, la idea de que Cartago se hallase tan cerca los alarmó, y «de inmediato», decía Plinio el Viejo, comenzó la tercera guerra púnica.
- Los primeros frutos de la primavera abrían el apetito de poesía de Plinio. Y, tan pronto como la temperatura era lo bastante templada para poder sentarse al aire libre, se dirigía a Roma, «donde casi no pasaba un día del mes de abril sin que alguien ofreciese un recital».381 Plinio a veces se hallaba solo en su entusiasmo por las composiciones más recientes. Solía llegar a una lectura y observar a su alrededor el nerviosismo del resto del público. Unos llegaban tarde y otros se escabullían antes de tiempo. Unos se sentaban a chismorrear y otros exigían saber qué extensión tendría cada uno de los poemas. Se decía que el generoso emperador Tito se había lamentado una vez diciendo «he malgastado un día» al darse cuenta de que estaba anocheciendo y aún no le había hecho a su pueblo ningún regalo.382 Plinio tenía la misma sensación los días que se pasaban sin poesía. «Hoy en día a quien tiene todo el tiempo del mundo se le invita [a un recital] con la debida antelación y repetidos recordatorios, y ni así acude o, cuando acude, lo hace quejándose de haber perdido un día ¡precisamente porque no lo ha malgastado!».Plinio no iba a los recitales de poesía porque se sintiera obligado ni porque creyese que fuera provechoso para él. Apreciaba la habilidad y el ingenio y, desde luego, el valor que exigía componer poesía para el consumo popular. Poeta aficionado él mismo, era conocido por ofrecer lecturas en pequeñas reuniones, defendiéndose de los críticos que lo acusaban de orgulloso y aprovechando la oportunidad para tomar distancia con respecto a su obra. A menudo corregía sus discursos tras haberlos leído en voz alta ante sus amigos, y esperaba que el procedimiento de recitar sus poemas lo ayudase de la misma manera a corregirlos —pues podría ver la reacción que provocaba en sus oyentes este verso o aquel en función de sus expresiones faciales, sus ojos, sus movimientos de cabeza, sus manos, los murmullos o el silencio— .Todo escritor sabe siempre distinguir una valoración externa genuina de aquella que se finge «por compasión».
- A Plinio jamás dejó de asombrarle el comportamiento de la fuente. ¿Seguía el mismo proceso que el oleaje, o era como un río obligado a retroceder en su curso hacia el mar por la fuerza del viento o de la marea? ¿Se trataría del spiritus, de aquel aliento de la naturaleza que su tío consideraba una fuerza capaz de desatar terremotos al salir y entrar por ocultas aberturas? Desconcertado por el crecer y menguar de las aguas, Plinio escribió a un amigo, un senador llamado Licinio Sura, para pedirle su opinión. Era el mismo amigo al que escribió a propósito de la existencia de los fantasmas. Aunque Plinio no solía tener amigos expertos en la materia —sunt enim omnes togati et urbani («todos visten toga y son hombres de ciudad»)—, Licinio Sura sentía a todas luces un vivo interés por los fenómenos naturales y sobrenaturales.418 Se sabe que, además de un buen orador, fue un hombre rico que construyó un gimnasio para el pueblo de Roma.419 Más tarde se convertiría en tan buen amigo del emperador Trajano que este lo invitaba a cenar e incluso, a su muerte, llegó a honrarlo con un funeral público y una estatua. Es evidente que Plinio lo consideraba un hombre de gran intelecto —Sura era «el más célebre de los eruditos», según Marcial— y el más apto de sus amigos para entender los misterios de la naturaleza.420 No se conserva la respuesta de Licinio a su carta, pero tal vez le explicase en ella que la profundidad de las aguas de la fuente la determinaba el desplazamiento del aire por medio de una especie de mecanismo de sifón.
- Plinio el Viejo había dedicado casi un libro completo de su enciclopedia al tema de las esculturas metálicas. Explicaba allí cómo el bronce había sustituido a la madera y a la arcilla para representar a hombres y dioses, y fechaba su introducción en Italia cuando Lucio Escipión regresó a Roma cargado de tesoros tras su victoria en Asia Menor en el siglo II a. C.461 Aunque aquellos fueron los desfiles triunfales responsables del nacimiento del lujo en Roma, la desaprobación inicial del bronce por parte de Plinio el Viejo se había visto reemplazada por su aprecio de la capacidad de este para capturar la vida. Hasta donde él sabía, el arte del retrato había surgido en Corinto en el siglo VII a. C., cuando una muchacha utilizó la luz de una lámpara para dibujar el rostro de su amado en una pared antes de que este se marchase al extranjero.462 Una vez que obtuvo el contorno, su padre, un alfarero llamado Butades, lo moldeó con arcilla para producir un retrato. El modelo se horneó y la muchacha tuvo de ese modo algo con lo que recordar el rostro de su amado. Pero, cuando las gentes empezaron a hacer retratos de sus seres queridos en bronce, un metal más valioso, Plinio el Viejo temió que llegara un momento en que «no sobreviviera el verdadero parecido de nadie».463 Se quejaba de que los romanos ya hubieran empezado a fundir esculturas en bronce de miembros de su propia familia para adornar sus hogares con retratos de extraños en su lugar.
- Su historia se desarrollaba en la ciudad romana de Hippo Diarrythus (Bizerta) en la costa norteafricana, donde unos chiquillos estaban compitiendo por ver quién nadaba más lejos, en un lago, hacia un estuario que conducía al mar. Uno de ellos, que se había internado en aguas profundas, se encontró con un delfín que lo llevó de vuelta a tierra sano y salvo. A Caninio Rufo aquella debió de recordarle a la famosa historia de un músico griego llamado Arión, que se contaba que fue salvado por un delfín tras arrojarse al mar para huir de unos marineros malvados.491 En la historia de Plinio, el villano es más bien la superstición romana. Tras ser salvado por el delfín, el muchacho regresó a jugar con él pasados unos días, y otros niños no tardaron en unírseles. «Por increíble que parezca, tan cierto como lo que ya te he contado es que a aquel mismo delfín que jugaba con los niños también lo arrastraban, lo dejaban secarse en la arena y lo empujaban de nuevo al mar cuando se calentaba», escribió Plinio.492 Gracias a su docilidad y a sus habilidades, el delfín acabó por ganarse a los habitantes del lugar, que al principio lo temían. Más tarde un gobernador se vio impelido por una «retorcida creencia» a derramar perfume sobre el lomo del delfín, «novedad y olor que lo hicieron retirarse a las aguas más profundas».493 Al final, el delfín regresó de nuevo, pero se convirtió en tal atracción que los lugareños lamentaron entonces haber perdido la tranquilidad. Y con el propósito de desterrar a los turistas de la ciudad acabaron por matarlo en secreto.
- Sus suicidios causaron una honda impresión en Plinio, que se sintió perturbado no tanto por los detalles como por el hecho de no haber oído hablar del suceso hasta entonces. La anécdota reforzaba su convicción de que lo que importa no es lo que hacemos, sino lo que somos. Las hazañas más nobles pasaban desapercibidas si las realizaban personas corrientes. Cada cosa que hacía alguien rico y famoso, en cambio, se pregonaba a los cuatro vientos tanto si merecía la pena como si no.Esa triste constatación llevó a Plinio, por asociación de ideas, a los hombres y mujeres que se recordaban por haber terminado con su propia vida —y los que no—. A Roma habían llegado de la guerra judeo-romana las historias de suicidios más asombrosas durante finales de los años sesenta y comienzos de los setenta del siglo I. Plinio debió de pasar por el arco de Tito, con esas abigarradas escenas de los saqueos de la guerra, cada vez que recorría Velia yendo o viniendo a su casa, en el monte Esquilino.498 Pero Plinio no pensaba en los judíos. Los suicidios que recordaba en sus cartas eran menos recientes que los de la guerra judeo-romana, y, por supuesto, mucho más locales. Se había acordado de Cecina Peto, un antiguo senador romano implicado en una rebelión en la época de Claudio que fue acusado de traición y obligado a suicidarse,499 y de la esposa de Cecina Peto, Arria, que se contaba que, al sentir el miedo de su esposo, había tomado una daga y, tras apuñalarse, se la había tendido, diciéndole: «no duele, Peto».
- Plinio recordaba el gobierno de Domiciano como un periodo de intenso secretismo y argucia política. Para él no había duda de que los tiempos de las delaciones no habían terminado con Nerón. Creyendo que resultaría más desastroso perseguir a los senadores bajo sospecha de haber sido delatores políticos que dejar a los corruptos en estado latente, los emperadores flavios no les habían exigido más que el juramento de no haber respaldado actividad alguna que pudiera poner en peligro la seguridad de otros, ni ninguna actividad que les hubiera servido para beneficiarse a su costa.598 Sin embargo, Plinio había visto delatores por todas partes —en el templo, en el tesoro, por todo el foro…—, pese a los decididos esfuerzos de dichos delatores por ocultarse a la vista.599 Estaba convencido de que Régulo había seguido siendo, bajo el gobierno de Domiciano, un espía tan activo como en su juventud.600 Y tenía buenas razones para pensarlo. Sobre el escritorio del difunto emperador había una denuncia que el abogado convertido en delator Metio Caro había presentado contra Plinio después del juicio de los estoicos.
- Muchos romanos mostraban una desconfianza innata hacia los médicos, conocidos por sus tarifas exorbitantes y sus dudosos remedios. En las lápidas podían leerse ostentoso epitafios que daban testimonio de su derecho a matar con impunidad: «Entre varios médicos lo mataron», proclamaba alguna lápida con una sana dosis de humor negro.631 Plinio el Viejo se había encargado de hablar en contra de la profesión al completo «en nombre del Senado, del pueblo romano y de seiscientos años de historia de Roma».632 Había despotricado contra la charlatanería y la estafa, la arrogancia y la estupidez, la avaricia y la incompetencia de los médicos: solo un médico podía cobrar una fortuna por sus servicios, confundir el bermellón con el minio y salir impune de haber envenenado a sus pacientes.633 Si re reunía a un grupo de médicos lo único que estos harían sería discutir. Al igual que Harpócrates, el especialista de Plinio, los médicos solían llegar del extranjero a Italia, un hecho que no contribuía precisamente a hacerlos más queridos para Plinio el Viejo, quien despreciaba la influencia debilitante que sus prescripciones parecían tener sobre la población en general: «no hay causa mayor de la relajación de la moral que la medicina». Incluso las personas sanas habían empezado a tomar la costumbre de reblandecerse en baños calientes, vomitar la comida para poder seguir comiendo más o de embadurnarse de resinas para eliminar el vello corporal y exponer a la vista sus partes pudendas.635 Uno de los médicos más famosos de los últimos siglos había recomendado los baños y la música como medios de reequilibrar los átomos del cuerpo y también el vino como eficaz medicina para diversas molestias. Se decía que solo tras haber fracasado al intentar ganarse la vida como orador Asclepíades había dejado su Bitinia natal a finales del siglo II a. C. y había establecido su consultorio en Roma.636 Pese a todo, Plinio el Viejo estaba tan deseoso de promover los remedios naturales por encima de las pociones extranjeras que incluso llegó a compartir algunas de las ideas más atrayentes de Asclepíades. En su Historia natural observaba que «la escuela de Asclepíades» recomendaba la cebolla para mejorar el color y aumentar la fuerza, calmar los intestinos y aliviar las hemorroides después de bañarse, y afirmaba, además, que las camas colgantes o hamacas, que se cree que había inventado Asclepíades, podían emplearse para mecer suavemente al enfermo y lograr así que se durmiera.
- La experiencia de la enfermedad (tanto la de su propia enfermedad como la de sus amigos) le enseñó dos lecciones a Plinio: la primera, que «nunca somos mejores que cuando estamos enfermos». Cuando estamos sufriendo no pensamos en banquetes opulentos, ni en sexo, ni en otras formas de placer, sino en agua, baños y manantiales frescos —tal vez, como mucho, en vino que adormezca nuestro dolor— .Nuestros pensamientos van de las cosas sencillas a las más elevadas. E, igual que los cristianos solían hablar de situaciones «que ponen a prueba la fe para ver si esta es fuerte y pura», Plinio veía la enfermedad como una oportunidad para la reflexión. Entendía que, cuando nuestra condición mortal se cierne sobre nosotros, nuestros pensamientos se volvían de manera natural hacia los dioses y hacia el final. Y, si había algo que podíamos hacer en nuestros momentos finales para que tanto en la tierra como en el cielo se nos viera de un modo más amable, lo hacíamos sin dudarlo.Por otra parte, de su primera consideración derivaba Plinio una segunda máxima: «Mientras estemos sanos, deberíamos esforzarnos por ser la clase de hombres que querremos ser en el futuro cuando hayamos enfermado».Con esto, a Plinio le parecía haber encerrado en una sola frase aquello que los filósofos habían dedicado centenares de volúmenes a tratar de enseñar.
- Plinio había oído hablar de algunos judíos que habían sido expropiados y desterrados de por vida, pero aquella era su primera experiencia personal con los cristianos. Después de que Tiberio hubiese expulsado a los judíos de Roma en el año 19, el emperador Claudio se había visto obligado a exiliar a «los judíos que continuamente estaban causando disturbios instigados por Cresto», nombre este último con el que Suetonio sin duda se refería a Cristo.788 En su confusión, los romanos no distinguían a los cristianos de los judíos. Después de todo, Pedro animaba a los gentiles a seguir la ley judía. El cristianismo era aún joven y seguía siendo un misterio para los romanos, incluso después de haber librado la guerra judeo-romana. Plinio no era más que un niño cuando Tito asediaba Jerusalén, pero estaba en su treintena cuando Domiciano condenó a muerte en Roma a su propio primo bajo la sospecha de «ateísmo» (es decir, de haber adoptado la fe judía o cristiana).
- La celebración de sacrificios animales al modo romano sería promovida por todo el imperio mediante un edicto del emperador Decio en el año 249. Por el momento, Trajano se mostró dispuesto a adoptar una postura pasiva ante los problemas que Plinio había identificado. La respuesta de este a su carta tuvo que conmocionar a Plinio. Aunque había hecho bien en interrogar a los cristianos, las listas de nombres anónimas como la que le describía no tenían sitio en su mundo, le dijo Trajano.807 La manera apropiada de presentar una acusación era hacerlo a cara descubierta.808 Alarmado por la fe que Plinio había depositado en las denuncias anónimas, Trajano decidió corregirlo. Plinio se equivocaba al usar aquellos testimonios. Al confiar en delatores que podían carecer de escrúpulos, Plinio había actuado igual que Régulo y tantos otros bajo los gobiernos de Nerón y Domiciano. Trajano aconsejó una postura menos activa que la que Plinio tenía en mente. Le dijo que no podía haber una única manera de ocuparse de los cristianos. En adelante, las personas que fueran llevadas ante él y halladas culpables serían castigadas. Pero a las que honrasen a los dioses romanos y negasen ser cristianas se las perdonaría, le dijo. Como norma general, no se perseguiría a los cristianos.